En esta muestra, la obra del Prado se reencontró, en salas diferentes, con la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci.
Antes de su viaje a París, la copia de la Gioconda estuvo colgada temporalmente en la sala 49 del Museo del Prado y se convirtió en una de las obras más contempladas y que mayor interés despertó entre los visitantes y en los medios de comunicación de todo el mundo.
A su regreso, la copia de Leonardo se expone provisionalmente en la sala 47, con un montaje especial debido a la exposición que el Prado dedica en la actualidad a Rafael. Cuando esta muestra finalice, la pintura del taller de Leonardo volverá a su emplazamiento habitual en la sala 56b.
Los trabajos de restauración realizados en esta pintura, en los que se eliminó el repinte negro que cubría el fondo y se recuperó el paisaje original, se iniciaron a raíz de que el Louvre solicitara el préstamo de la obra para su participación en la mencionada exposición.
Los estudios permitieron descubrir que la obra fue pintada por algún discípulo de Leonardo da Vinci que trabajaba en su taller al mismo tiempo que éste creaba la original.
La importancia del descubrimiento radica en que al tratarse de una copia coetánea y perfectamente conservada, aporta una valiosa información tanto sobre el paisaje de fondo como sobre muchos detalles que rodean a la enigmática dama; como los adornos de la tela que cubre su pecho o el velo semitransparente que envuelve sus hombros.
Además, los estudios confirman que la del Prado es la copia más antigua de la emblemática pintura y permiten ampliar el mejor conocimiento de la obra del Louvre.
La copia forma parte del museo desde su fundación en 1819 ya que procede de las colecciones reales españolas, germen de la institución.
Aunque se desconoce con exactitud la forma y fecha de su ingreso en las colecciones reales, probablemente se trate de la obra que aparecía ya en 1666 citada en el inventario del Alcázar de Madrid como un retrato femenino relacionado con Leonardo.