Son las dos y media del mediodía y se han acabado los roscones en Glaccé. Los últimos seis van a parar a los que están dentro de la verja. Al resto, unos ciento y pico, según un testigo, los emplazan a las cinco de la tarde, que volverán a abrir con una nueva remesa salida del horno. En ese momento, Mari Carmen Gómez, que vio adornar el postre con frutos confitados desde los 13 años, dice estar borracha de tanto roscón. Tanto que su sobrina ya no puede marcar un número de teléfono de lo que ha amasado, sacado y envuelto.
Son muchas unidades a las espaldas en 51 años donde la fama de ser de los mejores de la ciudad se va agrandando. Desde los 13 euros, los clientes se pueden llevar una de sus criaturas: “Nuestros roscones tienen el mismo secreto que la Coca-Cola”. Lo cierto es que con el tiempo cogen solera y de los antiguos pasteleros, la receta se ha pasado a los hermanos de Mari Carmen que suman 16 manos en los traseros de un local custodiado por gente desde las cinco de la mañana.
Hoy volverán a estar, algo que los confiteros no pueden evitar: “Me da pena verlos a las tantas esperando”. Sin embargo, abrir antes sentaría un precedente que habría que igualar en las siguientes entregas y por eso, se limitan a subir el enrejado a las ocho de la mañana. A esa hora, los roscones comienzan su paseo del horno al mostrador. Lo hacen desde el 1 de enero, que fue cuando empezaron a pedirlos en masa: “Muchos los compran antes y los congelan”. La experta asegura que pierden un poquito, pero conservan la esponjosidad que les hace ser los favoritos de muchos coruñeses.
Los ocho que le dan forma a la masa se van turnando a lo largo del día y por la tarde regresan a sus puestos para incrementar la colección: “Cerraremos en cuanto acabemos las existencias”. Son carros y carros llevando esta especialidad de un lado para otro del bajo. Al otro lado de la verja, Juanjo y Cris esperan su turno. Acaban de comer, así que por lo menos se tienen el uno al otro para hacerse compañía. La última tanda se perdió entre los que estaban más adelante en la fila. Dos horas y media de espera merecen la pena.
En este sentido, Mari Carmen asegura que este año ha venido más gente. Ni la lluvia, ni las rachas de viento son capaces de romper una tradición que coloca al amigo del roscón todos los eneros en la acera de la calle de Menéndez Pelayo.
la coruña
En el número 130 de San Andrés, la pastelería La Coruña es otra de las que más vende. Lo lleva haciendo 24 años en el nuevo local y otros tantos cuando amanecían en Los Cantones. A sus 32 años, Ricardo es el actual capitán de los roscones. Cogió apuntes del antiguo propietario y en estas fechas, el horno es su amigo inseparable. Cuenta Priscila, su compañera, que está día y noche amasando: “Lleva tres días sin ir a casa”. Como el negocio es largo, la clientela apenas pasa frío. Se refugia en sus intestinos. Conscientes de que es su producto estrella junto a las larpeiras, la pastelería no para de sumar encargos a una lista donde figuran hasta 260 roscones rellenos y sin rellenar: “Hay gente que se lleva cinco o siete y algunos que lo compran para mandarlo a Madrid”. Y es que el producto aguanta bastante. En cuanto a las sorpresas, Priscila comenta que hay quien los pide con más de una para que los comensales no se celen. Es más, en el establecimiento introducen regalitos que los clientes acercan para que los bocados con premio sean todavía más increíbles: “Hubo quien trajo monedas”. Las dos se llevan la palma en esto de homenajear a los Reyes con un dulce que se riega de agua de azahar y se barniza con mucho azúcar.