La Torre de Hércules es milenaria, pero ayer celebraba sus diez años. Un decenio desde que la Unesco incluyó el monumento más emblemático de la ciudad en la lista del Patrimonio de la Humanidad. Una década desde que el faro del que más orgullosos están los coruñeses llevó su luz más lejos que nunca. Y precisamente la luz y el color, junto al sonido y la música, fueron los platos fuertes del homenaje con el que ayer disfrutaron vecinos y visitantes. Los coruñeses ya miran cada día hacia la Torre, pero ayer incluso más, con toda la ciudad, valga la metáfora, apostada a sus pies.
La música de Mercedes Peón, junto a Mónica de Nut, Ana García, Laura González, Laura Garrido, Yolanda Alleges y Laura Iturralde, inició el cierre de las actividades que en los últimos días estuvieron recorriendo la historia de la Torre de Hércules. Su voz llenó de épica el anochecer coruñés en un enclave tan especial como el del faro. Y cuando la noche cayó, el monumento se iluminó.
Fue gracias al video mapping que elevó la Torre de Hércules a categoría de pantalla de cine, a la vez que la fundió con las imágenes para crear un espectáculo único. La voz curtida de un marinero habló con su guía y compañera en las noches para recorrer el pasado y navegar hacia el futuro. La Torre de Hércules fue, por una noche, también la plaza de María Pita, las galerías acristaladas de La Marina, la calle Real, el Camino Inglés o la propia heroína coruñesa contra los ingleses. Llevó la imaginación del público desde el aire con las gaviotas al fondo del mar, pasando por los barcos que cada jornada surcan la costa para buscar el mejor pescado. De Estados Unidos a Cuba y de la antigua costa herculina a los mosaicos de luz y color del siglo XXI. Hizo fantasear con Hércules y su hazaña y puso los pies en la tierra para convertir de nuevo a la Torre en lo que es, el faro de los coruñeses.
Actividades y talleres
Pero no solo de video mapping y de música se nutrió ayer el homenaje al gran monumento de la ciudad. Ya desde por la mañana se sucedían las actividades en el entorno de la Torre de Hércules.
Así, el Centro de Interpretación y Atención de Visitantes (CIAV) fue el punto de encuentro de los talleres dedicados al público más joven.A las 10.30 horas tuvo lugar un taller de elaboración de cómics; a continuación, los más pequeños pudieron preparar sus propias marionetas de papel; y, por último, y ya por la tarde, pudieron aprender como se realizan las sombras chinas.
Además, desde primera hora de la mañana los atuendos de soldados y ciudadanos de la antigua Roma comenzaron a tomar el entorno de la Torre de Hércules para instalar su campamento allí.
Se congregaron allí ciudadanos libres y esclavos que representaron, de una manera un tanto peculiar, cómo era la vida en un hogar romano. Los detalles en la vestimenta que distinguían a los ciudadanos de los esclavos, o las propias diferencias según el status social de la época, fueron algunos de los detalles en los que se incidieron en las explicaciones.
Lo peculiar de esa representación fue la mezcla de la vida romana con personajes inspirados en “El Padrino” o en los “koruños” más actuales.
No solo de mostrar iba la cosa, sino también de degustar. En las inmediaciones de la Torre se instaló también una recreación de una Caupona, el lugar, o tienda, donde, en la Antigua Roma, se ofrecía vino y comidas ya preparadas. “El antecedente de la comida rápida, el McDonalds de la época”, se aventuraban algunos a denominar este lugar. En esta Caupona se mostró a los allí congregados como se realizaban algunas de las comidas propias de la época, como el moretum, un queso untable con aderezos.
Instrumentos médicos
Llamativo fue también el primer puesto del campamento, el que, además de cascos, escudos y vestimentas romanas, contaba con un expositor con instrumentos médicos de la época. Desde una suerte de escalpelo o bisturí, hasta instrumental para “extirpar tumores”. Herramientas que llamaban la atención hasta a los miembros de Cruz Roja que trabajaban ayer en la zona. Los puestos con armas y vestimentas de guerra eran los que más entusiasmo despertaron en los más pequeños de la casa, aunque una vez comenzaban las explicaciones, eran los más mayores los que se quedaban atónitos con el armamento.
Espadas, lanzas, escudos, flechas, cascos o armaduras eran los objetos más comunes. Pero también destacaban armas de asedio, como la suerte de ballesta gigante situada al lado de la empalizada del campamento. Una vez el soldado a su cargo comenzaba la explicación, los espectadores iban abriendo más y más la boca. Un arma “contundente” capaz de disparar “a más de 400 metros de distancia” y que era utilizada para “romper formaciones”. A pesar de su tamaño, o su tosquedad a simple vista, “era un arma muy letal”, explicaba el soldado romano.
Los juegos también tuvieron su presencia. Algunos eran juegos de mesa menos conocidos, pero otros eran propios de las infancias de muchas personas de la actualidad. Peonzas, tabas o un tres en raya de piedra, eran algunos de los ejemplos que despertaban la inquietud de los visitantes, por compartir “juegos de infancia” con los antiguos romanos.
A última hora de la tarde, a un lado del campamento romano. La obra en cuestión era “Hécuba”, del autor griego Eurípides. Se trata de una tragedia del año 424 a.C. y cuya acción se sitúa durante la toma de Troya y relata como se fragua la venganza de Hécuba tras conocer la muerte de su hija y de su hijo menor.