Los informes periciales desacreditan a los acusados del crimen de Orillamar

Los informes periciales desacreditan  a los acusados del crimen de Orillamar
los acusados se culpan mutuamente del crimen javier alborés

Un detalle llamó la atención de los investigadores nada más llegar a la vivienda de Orillamar donde los bomberos acababan de encontrar un cadáver, en octubre de 2011: la puerta de entrada al piso tenía echado el pasador. Minutos después, la Policía constataría que la muerte del septuagenario no había sido natural e iniciaría una investigación que estos días culmina con el enjuiciamiento en la Audiencia de la pareja de origen luso que convivía con el fallecido.
Los acusados, un hombre y una mujer de 37 y 45 años, se enfrentan a una pena de casi 20 años de cárcel, al tener indicios la Fiscalía de que ellos fueron quienes acabaron con el hombre que les había acogido en su casa en venganza a las denuncias que este había interpuesto contra ellos, por amenazas y robo.
Sobre estas cuestiones, y sobre el modo en que murió el septuagenario, hablaron ambos el pasado martes ante los magistrados, él para echarle la culpa a la mujer y ella, a él. Pero si el primero aseguró que su compañera le había confesado que había estrangulado a la víctima con una camisa y ella mantuvo que él le había reconocido que el hombre había sufrido un infarto durante una discusión con él, ninguna de estas versiones queda avalada por las conclusiones de la Policía Judicial, la Científica y los médicos forenses que pasaron ayer por la sala de vistas.

lesión cervical
Según reveló la autopsia, el septuagenario falleció a consecuencia de una torsión violenta del cuello y esta, concluyen los forenses, “difícilmente” pudo causarse al intentar un estrangulamiento con una prenda de ropa, y mucho menos por un golpe accidental. “Desde luego, la muerte se produjo por la lesión cervical”, mantuvo ayer una de las peritos, un dato que choca con los argumentos de ambos encausados.
Pero no es la única cuestión que rebate los relatos prestados el martes por los detenidos. Ninguno de ellos habla de un enfrentamiento violento con la víctima, pero los investigadores encontraron en la habitación varios indicios de que el fallecido intentó resistirse a su agresor.
En primer lugar, la Policía, al realizar su inspección, apreció que el cadáver tenía la parte trasera del boxer que vestía “muy enrollada”. “Nos llamó la atención, era como de arrastre”, señaló ayer el miembro del equipo científico que firmó el informe. Pero además, los investigadores detectaron que el somier de la cama donde fue hallado el cuerpo estaba fracturado de parte a parte, y los restos de aglomerado todavía estaban en el suelo, una señal –a ojos de los peritos– de que allí se produjo un movimiento violento o un sobrepeso.

registro
Policías y facultativos aún fueron cuestionados en la sesión de ayer acerca de otros aspectos de la investigación, desde las huellas dactilares y la mancha de sangre que aparecieron en la casa de Orillamar hasta el aspecto que presentaba la escena. “Daba la sensación de que se hubiera hecho un registro”, valoró uno de los miembros de la Policía Científica, a la vista del desorden que reinaba en el dormitorio de la víctima, con “cantidad de papeles por el suelo” y una caja con documentos abierta en el suelo.
Sobre la marca de sangre que se encontró en la nevera, ninguno de los acusados se refirió en el juicio a ella, aunque en la declaración del varón, este sí manifestó que cuando vio a su pareja sobre el anciano, en la cama, esta estaba manchada de sangre, en su versión, por la hemorragia que sufrió en los oídos al ser ahogado. A este respecto, los forenses descartaron ayer que el supuesto estrangulamiento hubiera podido causar un sangrado por el conducto auditivo, aunque sí podría haberle dañado la laringe del agredido. “Pero la laringe estaba íntegra, no presentaba lesión”, puntualizó la especialista.
En cuanto a las huellas, los investigadores reconocieron que solo detectaron las del acusado y el fallecido, aunque no de ella, una cuestión a la que el hombre que ocupa el banquillo se anticipó al justificar el desorden en que fue encontrada la casa. “Se puso unos guantes –la acusada– y me dijo que revolviéramos, pero me fui a la cama”, relató el procesado, mientras ella mantuvo que la última vez que entró en la vivienda, el 6 de octubre, la dejó en orden.
Ninguno de los dos habló del juego de llaves que aparecieron en la vivienda, aunque los dos hablaron de sus entradas y salidas del piso. La Policía recalcó ayer que la puerta de entrada no había sido forzada. n

Los informes periciales desacreditan a los acusados del crimen de Orillamar

Te puede interesar