Creer en la trascendencia de la vida humana, es decir, creer que la vida de las personas trasciende a la muerte, es el origen y fundamento de todas las religiones.
Pero esa creencia no debe servir de excusa para atribuir e imputar a una vida futura la solución de todas las desgracias e injusticias que sufre la humanidad a lo largo de la historia.
No es humano ni moral recurrir a la resignación, como remedio o consuelo para aceptar los males presentes con la esperanza de obtener bienes futuros.
Como dice García Márquez, “no tenemos otro mundo al que podernos mudar” y el estoico Marco Aurelio nos recuerda que, “por mucho que se llegue a vivir, nadie pierde otra vida que la que tiene, ni disfruta de otra que la que pierde”.
Lo anterior nos impone la obligación de buscar y conseguir la felicidad en este mundo. Este objetivo se logra haciendo el bien en la tierra, es decir, aumentado el bienestar material y espiritual de las personas. Como dijo Tocqueville, “las sociedades deben juzgarse por su capacidad para hacer que la gente sea feliz”.
Por ello, no se debe renunciar al mundo, pues las virtudes del trabajo, la justicia, la solidaridad y la bondad solo resplandecen y se hacen efectivas “en medio del mundo”.
Ese nuevo enfoque aparece en la obra del jesuita español del siglo XVIII, Francisco Javier Hernández, titulada “El alma victoriosa de la pasión dominante”, en la que trasciende lo espiritual y se adentra en un ámbito en el que confluye lo social, lo político y lo económico.
Por su parte, el sociólogo alemán Max Weber, en su obra “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, analiza y explica el nexo causal que existe entre el éxito económico y la religión, especialmente, en relación con la doctrina calvinista, en la que el trabajo equivale al servicio de Dios, según el principio, “hazte rico para Dios, pero no para llevar una vida lujosa”. A esta característica del calvinismo, propugnando la austeridad, la bautizó Weber como “ascetismo intramundano”, es decir, en el mundo y dentro del mundo.
La alianza del trabajo y la oración nos recuerda la divisa de la Orden Benedictina “ora et labora” y el ascetismo lo refleja la frase de San Francisco de Asís, “necesito pocas cosas y las cosas que necesito, las necesito poco”.
En definitiva, los seres humanos aspiran a obtener la felicidad en este mundo y en la sociedad en la que viven y no confiando en la promesa de obtenerla o disfrutarla en otro mundo. “Dar la felicidad y hacer el bien, he ahí nuestra ley, nuestra ancla de salvación, nuestro faro, nuestra razón de ser”, así lo expresa el filósofo suizo Henri Frederic Amiel.