A esta servidora tendente a pensar en lo divino y en lo humano, desde hace algún tiempo, le da por hacerlo cada vez con mayor insistencia acerca del hecho de porqué y-afortunadamente-se ha galopado y galopa en lo concerniente a la investigación científica que rodea a la vacuna del coronavirus, así como al descubrimiento de medicamentos con los que poder combatirlo.
La única explicación que encuentro, radica en que se trata de una enfermedad altamente contagiosa que ha afectado y afecta a muchos, colapsa los hospitales, condiciona nuestro sistema de vida y, por todo ello, resulta de vital importancia tratar de solucionarla lo antes posible.
Sin embargo, la mortandad producida por enfermedades como el cáncer, no se queda corta en número de personas fallecidas al año. Supongo que, como esta no resulta contagiosa y por tanto no colapsa las UCIS hospitalarias, no es imprescindible tratar de encontrar vacuna para ella o, simplemente, un fármaco que acabe convirtiéndola en una enfermedad crónica.
Pero como a una le gusta hilar un poco más fino y tratar de llegar al origen de las cosas, no puedo evitar pensar en los intereses económicos de los laboratorios farmacéuticos en lo que a la existencia de la enfermedad de cáncer se refiere.
Carísimos medicamentos y tratamientos sin los que grandes farmacéuticas no lograrían sobrevivir. Por ello, cada nuevo caso de cáncer que se detecta en el mundo, representa la continuidad de un negocio para muchos.
En los últimos días hemos sido testigos de la carencia de vacunas en Europa y del incumplimiento de contratos por parte grandes empresas farmacéuticas que se han vendido al mejor postor. La cruda realidad nos enseña que, detrás de la desgracia ajena, siempre hay alguien que saca provecho. Alguien que desea con todas sus fuerzas hacer negocio, aunque sea a costa de la desesperación de otros y de sus maltrechas vidas.
El problema es que, en el medio de una clase política que tiende a mirar únicamente hacia el engorde de sus salarios y de una trama mundial de grandes intereses económicos soterrados; nos encontramos los seres humanos más comunes y corrientes. Y en esa humildad, desconocimiento y ganas de paz; nos dejamos hacer.
Estamos en manos de Bancos, industrias farmacéuticas, de combustible o eléctricas. Somos peones de un tablero en el que son otros a los que ni conocemos quienes juegan su partida utilizándonos para ganar.
Esperemos que la pandemia que nos sacude nos haga abrir los ojos a una nueva realidad que comienza por tratar de ser cada vez más independientes… y, aunque las tecnologías nos han enseñado lo mucho que podemos hacer por medio de ellas, no debemos olvidar que también nos convierten en sus esclavos. Manejan nuestros datos mientras nos engañan haciéndonos creer que somos nosotros los que las manejamos a ellas. Quizás, la caída de internet o un canon al alza por su utilización, daría lugar al fin del mundo en estado puro. Así que, llegados a este punto, no puedo dejar de preguntarme si vivimos una evolución o si más bien se trata de una involución… Sea como sea, todo me dirige a hacerme con un huerto, unas gallinas y unas placas solares para poder subsistir y muchos juegos de mesa, libros y discos para evitar enloquecer.