Desde el violín electrónico de Mae, pasando por Rieu, o más cerca, Malikian, muchos han sido los intérpretes que, partiendo de una formación clásica, decidieron proyectar su carrera profesional por derroteros más bien folclóricos. No sabemos cuál puede ser el futuro de Nemanja Radulović, pero por su puesta en escena, taconazos y otras extrañas artes no vemos claro que se encuentre cómodo en el lado clásico del asunto.
Nada de lo que escuchamos en Palacio ayuda a pensar que lo que hizo en su actuación se debiera a un estricto y riguroso planteamiento con la conclusión de una interpretación interesante y seria. Y hubiera sido más sencillo comenzar estas letras con una referencia sesgada acerca del violinista que “ejecutó” el “Poème” de Ernest Chausson, o que sobreactuó en la “Tzigane” de Maurice Ravel, limitándonos a tratar exclusivamente su faceta virtuosística, pero es bastante más comprometido explicar la experiencia que supuso ver y, sólo después, escuchar a este violinista y no morir en el intento.
Indudablemente, el atuendo no es en absoluto relevante, pero cuando guarda relación intrínseca con su desenvolvimiento escénico, pasa a formar parte connatural del conjunto. Por momentos, creíamos que con cerrar los ojos sería suficiente, pero sus insistentes taconazos no nos lo permitieron, y no haciendo referencia precisa al ritmo interno de Nemanja, formaron más bien parte del conjunto de su equívoca estrategia, en nuestro parecer.
Ataques de arco forzados, sonido apretado y un violín mediocre le condujeron inexorablemente a un terreno escabroso, donde trató de suplir con un derroche excesivo de capacidades técnicas lo que no consiguió con sabiduría y oficio.
La segunda parte fue rica en emociones y en interés artístico. “Desde el fondo del espejo” de Xavier Pagés, una obra bien construida, con matices, pero sugerente, y las “Variaciones Enigma” de Elgar, donde Michael Nesterowicz explayó su batuta a gusto con una OSG realmente grande. Recordamos la destreza y el detalle de la cuerda al exponer la grandeza armónica y belleza sin cortapisas de “Nimrod”, alzándose, por naturaleza propia, en uno de los momentos estéticamente inalcanzables y conmovedores del concierto.