Cuando Eugenio D’ Ors dijo que “el secreto de la filosofía estaba en la palabra”, ésta no había sufrido el deterioro ni la manipulación que experimentó posteriormente.
Hoy, las palabras, han dejado de ser un anclaje seguro de las ideas y la expresión correcta de su significado y contenido.
A las medias verdades, que son, en definitiva, las peores mentiras les han sucedido el engaño y la postverdad o mentira encubierta.
Es sorprendente cómo se recurre a la “percha” de palabras con claro sentido y significación para “colgar” de ella interpretaciones ajenas e interesadas como pretexto para justificar sus ideas.
Las dos palabras, orales o escritas, más utilizadas actualmente, especialmente por los políticos, son el “voto” y la “democracia”. En torno a ellas se ha desarrollado toda una liturgia, de tal volumen, que todos los políticos, de cualquier signo, se sienten seducidos para mencionarlas, obstinándose en ampararse en ellas para justificar sus decisiones.
En efecto, “votar y democracia” son los dos “puertos de abrigo” que sirven de refugio, no sólo a los demócratas y liberales, sino también a los más destacados autócratas y dictadores. Todos, sin excepción, buscan el amparo de ese “paraguas” para legitimar sus abusos, actuación y decisiones.
La anterior consideración viene avalada por afán obsesivo de todos los dictadores de su legitimación de ejercicio al no poder esgrimir su legitimación de origen, valiéndose para ello de la convocatoria de seudosreferéndums o plebiscitos de adhesión, convocados y dirigidos desde el poder y carentes de valor democrático.
La perplejidad que esos ejemplos nos produce, obedece a la peligrosa tentación de identificar “voto” con “democracia”. Muchas dictaduras, de triste memoria, salieron de las urnas. En democracia se vota; pero no porque se vote existe democracia.
Si bien se piensa, la democracia, o mejor, el espíritu democrático es previo y anterior al derecho de voto. No es, pues, el voto el que origina la democracia; pero sí es el que la legitima y confirma.
Solo la elección, libre y periódica, por todos los ciudadanos de sus representantes políticos y, en su caso, poder ratificarlos, revocarlos o relevarlos por la alternancia en el poder, son la clave del arco de toda democracia. Donde esto no existe, votar es un engaño, una farsa o una entelequia. No es votar lo que importa sino hacerlo libre y periódicamente y sabiendo “lo que se vota”. Esta concreción es la que exigía Bertolt Brecht cuando, en su propio domicilio, tenía como divisa “la verdad es concreta”.
Es evidente que, para el ejercicio del derecho de voto, la sociedaddebe de estar debidamente informada y ser respetuosa con el pluralismo político. Sólo cabe elección donde hay opción y alternativa. En resumen, ni el voto es un cheque en blanco ni votar es un contrato de adhesión.