en medio del espeso charco de vulgaridad y egoísmos, frivolidad y vanidades, que suelen componer las purulentas aguas de la noticia, viene un destello brillante y esperanzador, cuando nos enteramos de que Malala va a estudiar a Oxford.
Malala fue aquella criatura de once años que se enfrentó a los talibanes para defender el derecho a estudiar de las niñas. La que, a los quince, en el interior de un autobús fue requerida por su nombre y apellido Malala Yousafzai, y una vez identificada, le dispararon varios tiros que, por fortuna, no le costaron la vida, a pesar de que dos de ellos le dieron en la cara.
Después de fallar, los talibanes la siguen condenando a muerte, y la asesinarán en cuanto puedan. A los diecisiete años Malala Yousafzai recibió el Premio Nobel de la Paz, que la convirtió en el Premio Nobel más joven de la historia, pero siguió dedicando su vida a defender el derecho de las niñas, en Pakistán y en todo el mundo, a estudiar, a adquirir conocimientos, a formarse.
Es cierto que su padre es un educador, y que dirige varias escuelas, pero el coraje de esta niña que a los 11 años decide enfrentarse a un sistema hostil y agresivo, representa uno de esos cuentos de hadas que, alguna vez se hacen realidad gracias, por cierto, al “New York Times”, la BBC, y muchos otros medios que se hicieron eco de la desigual lucha de Malala.
Malala habla pastún e inglés, pero el ingreso en la universidad no ha sido sencillo, porque ha tenido que someterse a rigurosas entrevistas, como cualquier otra aspirante. Y comenzará a estudiar donde lo hicieron grandes personalidades del mundo de las humanidades y la política.
Aquella chica de once años que se atrevió a alzar la voz contra la discriminación, y a los quince estuvo a punto de morir asesinada, va comenzar a estudiar en la Universidad de Oxford. Hay días en que noticias como esta te impelen a creer que la vida no es tan injusta.