con las convenciones demócrata y republicana que se celebran estos días ha arrancado la gran recta final de la campaña electoral norteamericana. No será una campaña al uso, sino, al contrario, la más extraña de la historia contemporánea del país. La campaña de la pandemia.
No habrá globos, ni ambiente de fiesta ni otros excesos. El covid 19 la ha encajonado en un entorno virtual y acabado con uno de los mayores espectáculos del mundo, a la altura de una Super Bowl. Joe Biden, por los demócratas, y Donald Trump, por los republicanos, se jugarán el 3 de noviembre en las urnas la presidencia de la nación.
Este último empezó 2020 con la historia de su lado. Era un presidente que con la economía creciendo buscaba la reelección. Pero la ventaja inicial se esfumó con una epidemia mal gestionada que se ha llevado por delante a más de 170.000 compatriotas; situado al país a la cabeza de los en mayor medida afectados (5,4 millones de casos positivos), y dejado la economía en recesión.
Trump se mantuvo por delante en los pronósticos hasta marzo cuando el virus comenzó su expansión y cuando las primarias demócratas se decantaron por Biden.
Cuatro meses después éste lidera las encuestas, aunque también es cierto que un sondeo último de la cadena CNN, que no es sospechosa de amabilidad con los republicanos, aseguraba que el presidente había reducido a sólo cuatro puntos la desfavorable brecha inicial de catorce. Y lo que pueda venir.
Faltan algo menos de tres meses para el 3-N y pueden, en efecto, suceder todavía muchas cosas.
Para observadores y analistas el gran reto de estos comicios va a ser el voto no presencial. Las últimas etapas de las primarias han puesto en evidencia las dificultades en el recuento de los votos por correo. La pandemia ha creado problemas logísticos y hasta constitucionales. Y de cara el 3-N el Servicio nacional de Correos ha advertido que, ante la avalancha de papeletas en buzones y oficinas postales, no da abasto y que no puede garantizar que tales sufragios lleguen a tiempo para ser contabilizados.
Trump, por su parte, viene repitiendo hasta la saciedad que, a su entender, el voto por correo es garantía de fraude y ha criticado a los Estados que, para no crear por mor de la pandemia peligros añadidos a los ciudadanos, han decidido dar facilidades y enviar, por ejemplo, papeletas a domicilio. El voto por correo se ha convertido así en una de las grandes trincheras de la campaña.
Después vendrá la otra guerra: la del recuento de la jornada electoral, en la que también se espera -y se teme- un retraso histórico, de días e incluso semanas, con pocas perspectivas de que en esa misma noche se conozca el ganador y en medio de la zozobra de un resultado ajustado.