Se publica el diccionario de la RAE y durante unos días las conversaciones se llenan de frikis y gorrillas que han encontrado el reconocimiento de los académicos. Se vuelve a los años de las suecas y el destape y cual Pajares y Esteso se habla del tetamen y el muslamen. Los que nacieron después de los ochenta a duras penas reprimen las carcajadas al pensar en la inocencia del lenguaje de sus padres. Transgresores que utilizaban el término canalillo.
Hace tiempo que lo coloquial se ha hecho fuerte en el terreno de lo vulgar. El amigovio de los argentinos tiene su equivalente patrio, tan descriptivo que no deja lugar a la imaginación. Demasiada información para una relación tan indefinida. La RAE aún necesita pruebas de que su uso está extendido en España y ofrece la alternativa para todos los públicos, que suena a bacteria, pero no va a hacer que la abuela sufra una taquicardia al oírla de boca de su nieta adolescente. Puestos a clasificar, quienes creemos que pareja es la del mus y preferimos escaldarnos la lengua antes que calificar a ese con el que compartimos casa y preocupaciones como “mi chico” podemos agradecer a los cubanos su marinovio.
Los americanismos son la nota de color en esta edición del diccionario. Con ese punto cándido, casi infantil que hace que desde ahora cualquier cosa que se nos meta en los ojos se llame basurita. Y convierte a nuestro chulazo de toda la vida –señores académicos, otra para incluir en la próxima edición– en un papichulo recién salido de un tema de reggaeton. Como una versión edulcorada de nuestro castellano, quizá demasiado entregado a lo malsonante. Para muestra, los cagaprisas. Con esta selección, debe de ser todo un espectáculo ver una reunión de estos expertos discutiendo sobre el culamen y la birra. Tenemos que alabarles el humor.
El caso –a pesar de que para muchos falten términos y para otros muchos, sobren– es que podemos celebrar que nuestra lengua está viva y en constante cambio. Lo propio sería gritar un chupi, pero una vez cumplidos los cinco años suena raro. Sospecho que podría haber seguido fuera del diccionario sin que ser de carne y hueso alguno fuese a echarlo de menos. No se puede acertar siempre.