Agosto es luz y fiestas. Esa tregua que nos concedemos por necesidad. Adormecer la mente a cambio de agotar el cuerpo con esa sauna al aire libre que es la playa, la lucha contra el aparcamiento imposible de vuelta al centro de la ciudad y el exceso nocturno para el que cuatro horas de sueño reparador no son suficientes, porque ya tenemos una edad.
En agosto decidimos que ejercer de colonos modernos en el metro cuadrado que encontramos libre en la arena es el mejor plan para un domingo. Desplegamos la sombrilla y el cortavientos y dotamos al que será nuestro hogar por unas horas de cuantas comodidades hemos sido capaces de encajar en el maletero. Y entre los intentos por meter en el agua algo más que un pie y los ojos que se nos cierran contra el brillo del sol nos olvidamos de estar permanentemente preocupados. Y cuando vamos a una terraza dejamos que se nos desencoja el estómago que teníamos hecho un puño desde el último telediario, que se nos antojó una especie de espectáculo macabro, con noticias compitiendo en barbarie y celebraciones populares.
No queremos pensar más allá de lo necesario para cumplir con las tareas básicas del día. Nos hemos ganado un descanso. Necesitamos que el alma que se nos cae a los pies cuando nos hablan de las miles de desgracias que nos rodean se recomponga delante de un vaso con hielo. Y que la indignación infinita que nos acompaña a todas partes se eche una siesta mientras paseamos. Sonrisas, niños jugando, música, puestos con golosinas, artistas callejeros actuando a la vuelta de la esquina; es el único escenario en el que queremos estar. Peregrinamos de los conciertos en parques y plazas a las celebraciones gastronómicas. No hay rincón en el que falte una. Y todas nos parecen maravillosas.
Sabemos bien que nuestro intermedio es limitado. Que nos acechan las corrupciones que se amontonan en el vertedero de la política y la desvergüenza de quien mantiene la falsa sonrisa congelada mientras anuncia que todo va bien. Estamos seguros de que en breve volveremos a vivir entre mentiras y falsas verdades y con la urgencia de reconsiderar el sistema sobre el que mantenemos el equilibrio. Empezará el curso, como una oportunidad para arreglar lo que no está bien, que es mucho. Volverán también los dolores de cabeza y los ceños fruncidos. Porque lo sabemos aprovechamos cada minuto de agosto, de sus fiestas y de su luz. Nuestra tregua.