Quién nos iba a decir a nosotros, integrantes del primer mundo, que hemos llegado a la luna y que ya se han inventado robots que pueden seguir una conversación que un virus iba a poner al mundo en jaque. Quién nos lo iba decir!!!. Nadie. Nadie se atreve a hablar de nuestra vulnerabilidad, de nuestras limitaciones... Es verdad que nadie puede predecir la existencia de un virus que nos trae de cabeza y cuya morfología continúa siendo desconocida. Sabemos mucho y, al mismo tiempo, qué poco sabemos.
Ahora sabemos que a nuestro confort no solo le amenaza la violencia, el cambio climático y tantas y tantas otras amenazas ya conocidas. Basta algo tan minúsculo como un virus para que la ansiedad colectiva se dispare porque si a algo tememos es a lo desconocido.
Y en este punto estamos. En lo desconocido. Nunca antes el mundo en general y España en particular había vivido una situación como la actual en la que las actitudes personales son claves para frenar este bucle de virus y ansiedad. Nosotros, los ciudadanos, somos elementos claves para cuanto antes recuperar la normalidad.
Debemos quedarnos en casa, renunciar a la presencia física de amigos, conocidos y familiares. Cuanto menos nos relacionemos, mejor. La receta no es fácil. Acostumbrados como estamos a las prisas, a que nos falte tiempo, a vivir con ritmo frenético, ahora nos toca estar quietos en casa. Por cada uno de nosotros y por los demás. No cabe mayor acto de solidaridad que aceptar una pizca de soledad, de incomunicación que, como todo, puede tener su lado bueno: nos reencontramos con nuestra casa, con nuestra familia más cercana, no salimos corriendo y con agobio. Es una oportunidad para estar algún rato con nosotros mismos, para escuchar un poco de silencio que tan terapéutico puede resultar, para leer ese libro abandonado porque nunca tenemos tiempo o llamar a esos amigos de los que nada sabemos porque nunca encontramos el momento oportuno para hacer una llamada..
Nos toca estar quietos y aceptar que, dadas las circunstancias, no es bueno abrazarse, ni besarse y ni siquiera darse la mano. Ahora que no debemos hacerlo pondremos en valor gestos que por habituales nos parecen banales. El virus nos enseñará a valorar la bendita rutina y nos ayudará a recordar que el mundo en general, es una realidad tan maravillosa como vulnerable y nosotros como seres humanos también. Vulnerables, muy vulnerables
Por mucho que hablen los expertos, por muchas medidas que tomen los distintos responsables políticos, nosotros, todos y cada uno de los ciudadanos, tenemos en nuestra mano la mejor arma para frenar la expansión del virus. Vamos a estar quietos, con las manos limpias, por nosotros y por los demás.
Vienen jornadas duras, que se nos harán largas y en las que un punto de ansiedad va a ser inevitable. Las cosas son como son y cuando ocurre lo imprevisto, lo que no gusta, no hay postura más inteligente que aquella que lleva a la aceptación de la realidad sin consentir que esta nos tumbe. Si estamos quietos seremos solidarios y mejores ciudadanos. Es una oportunidad para demostrar que podemos y debemos ser ambas cosas.