España es un país dañado y nosotros, sus ciudadanos, también. España está dañada por la pandemia y por algunos espectáculos lamentables a los que asistimos día sí y día no. Madrid se ha convertido en la meca de lo lamentable y que tanto daño hace a nuestra democracia.
Daña a nuestra democracia la ausencia de acuerdo entre las dos grandes formaciones políticas que cada día que pasa y dada la envergadura de los problemas que nos acechan , se hace cada día más necesario aunque l Presidente del Gobierno no acabe de verlo y prefiera reír las gracias a aquellos que desprecian y atacan a la jefatura del Estado y seguir apoyándose en quienes consideran la serie Patria , de Fernando Aramburu, el relato de los torturadores o dan plantón institucional al Rey
Daña a nuestra democracia que cuando un juez, el mismo que se las tiene tiesas al Partido Popular, pide al Supremo que investigue al Vicepresidente, este y portavoces de su partido, que es un partido que está en el Gobierno, no en la Oposición, se permitan el lujo de hablar de conspiraciones de la ultraderecha y no se sabe qué poderes ocultos para emprender lo que consideran una persecución. Llama la atención que quien ha ido de justiciero por la vida acusando y sentenciando a quienes eran en el pasado y son ahora meramente imputados, clame por una piedad que él nunca ha tenido con los demás. Creo y defiendo que mientras no se demuestre lo contrario, Pablo Iglesias es inocente y esa presunción de inocencia es el principio que debería presidir el debate político. Pero en España este principio ,básico en una Estado de derecho, hace mucho tiempo que ha sido pisoteado. Y eso no es justo ni para Pablo Iglesias ni para el exministro Fernández Díaz y, además, daña seriamente a nuestra democracía.
Y cuando una democracia se daña se daña a los ciudadanos de la misma. Y así estamos los españoles, al menos muchos, muchísimos españoles. Estamos dañados por el virus y nos daña que entre nuestros responsables políticos no haya un segundo de sosiego. Nos daña la incertidumbre ante lo que vendrá y nos daña el ver cómo la pandemia se ha convertido en una especie de ring político en el que se discuten las cifras, en el que reina el desconcierto de suerte y manera que el Estado Autonómico se esté convirtiendo en un puzzle de imposible solución en el que el prurito de las competencias propias parece impedir una seria coordinación. Ni siquiera hay acuerdo en cómo y cuando realizar el cuenteo de contagiados*.
Así no podemos seguir mucho tiempo. Es verdad que los países aguantan lo inimaginable pero nada de lo que ocurra resulta indiferente. Todo tiene sus consecuencias y las que cabe esperar van a ser espantosas. Es sólo cuestión de tiempo.