Las buenas intenciones del Ejecutivo parece que han superado esa especie de cerezo, guindo griego, como guindo garrafal referido al idioma como marca hispánica, servido para superar a las distintas rosas de vientos locales. Muchos años de autonomías y dejaciones han propiciado esta actividad social que se justifica y acelera por sí misma. Seiscientos millones de hispanohablantes justifican políticas formativas y educativas futuras pues amanece todas las jornadas. Desde que en 1492 Antonio Nebrija presentara a Isabel la Católica su “Gramática de la lengua castellana” han corrido ríos caudalosos de tinta, sangre y sacrificio en ese viaje homérico donde nuestros héroes y sabios dejaron como cauce la democracia integradora hacia los nuevos pueblos descubiertos.
Razas dispares y una misma forma de entender la vida con sus deberes y derechos. Criollos, mezclas consanguíneas, respecto por los otros –que también éramos nosotros– y a quienes abríamos brazos para recibirlos. Cantares de gesta, coplas, teatro, filosofía, literatura, derecho como armas para pertrecharnos caballeros hidalgos.
Mercancías sublimes. Universidades a salto de mata. Creadores del Derecho Internacional con el P. Victoria. Leyes de Indias. Código de las siete partidas. El Quijote punto crucial de la cultura europea. Novela picaresca. Mística y ascética. La trotaconventos y La Celestina junto a San Juan de la Cruz y otras víctimas envidiosas de la Inquisición, pasaporte de Fray Luis de León al recuperar su cátedra salmantina con el “decíamos ayer… “ Así, hasta el infinito próximo.
El español, lengua global. Proyectado mundo adelante para comunicar y seducir a otros hombres y mujeres. La pregunta de Renán en La Soborna todavía preocupa a los lingüistas. Sin duda el “habla” es perspectiva para universalizarnos en ese cielo que busca su polar imperativa dado que ahí transitarán nuestras generaciones.