Tapas de diseño

El mundo es una caja de sorpresas. Cada día me despierto con amplia sonrisa para disfrutar todas las sensaciones que me regala la vida. Estados de conciencia que se producen en nuestro interior regalados por la pródiga naturaleza. Por eso, dejamos aparcado el mito de la caverna platónico, los silogismos del medievo y la racionalidad de una filosofía que juega un poco con nuestra ignorancia compulsiva analfabeta, y ello me permite encontrar un manjar suculento. 
Sucedió en ocasión de acudir al restaurante de una acreditada sociedad herculina, inmediato al mar de enormes cristaleras, y degustar un aperitivo original. Pan tostado, iluminado con aceite virgen y jamón de jabugo. Bocado de cardenal para satisfacer el paladar más exigente. Pero, gracias a la intersección de mi santa y el regalo de un sobrino leonés he sido obsequiado con una logradísima cecina de vaca, ternera, buey o sabe Dios qué. 
Imposible distinguirlos. Solo puedo asegurar que está buenísima acompañada de cualquier bebida. Son los descubrimientos de nuestros restauradores pisando selvas vírgenes en busca de un potosí soñado. Platos tradicionales que hacen mutis por el foro –pinchos de patatas bravas, tortilla, callos, calamares, etc.– e indagan en el viajo vermut otro sabor científico. 
Nada hay nuevo bajo el sol. Los amanuenses de hoy continúan la costumbre del derecho romano, mantenida en los “recaderos” de nuestros abuelos y aprovechar los avances científicos que el tiempo pone a nuestro alcance. 
Es obligado gozar las nuevas armas y utilizarlas. Dominándolas para no ser sorbidos por una opa doméstica no querida. Regular los actos impulsivos de tantos tipos que caminamos tan lentos como tortugas mientras las nuevas vanguardias están dotadas con los pies ligeros de Aquiles y sobrepasan la velocidad del “apéame” que impone el nuevo diseño y su reloj

Tapas de diseño

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