este virus que está arrasando vidas y haciendas, tiene muchas caras. Es sinuoso. Te asalta en cuestión de horas y muchos le tenemos pavor. Cuando personas cercanas han muerto o han estado enfermos enfrentados ahora una recuperación larga y difícil, es difícil mantener distancia de una realidad que ha cambiado de manera drástica nuestras vidas. La inteligencia aconseja aprender a convivir con lo inevitable pero no todo lo que ahoga el ánimo colectivo se llama Covid-19. El ánimo de una sociedad no es ajeno a la gestión de sus responsables políticos. Admitiendo que la situación es difícil, muy difícil, que ninguna previsión de lo que se llama desescalada se puede dar por segura a priori y que, por inédita, no hay manual de actuación. Teniendo siempre en cuenta todo, lo cierto es que nuestros responsables políticos han cometido errores, distorsiones de difícil explicación.
Nadie pide al Gobierno que mate el virus. No se piden imposibles pero si un mínimo de rigor. La última ha sido el capítulo relativo a las salidas de los niños. El pasado sábado lo anuncia el presidente, pero sin dar detalle alguno. El martes por la mañana, la portavoz afirma que podrán ir al supermercado, a la farmacia y al banco. No hay que ser epidemiologo, ni médico, ni experto en pandemia para saber que fue una ocurrencia cargada de irresponsabilidad. La oposición y el conjunto de la opinión pública se llevó las manos a la cabeza. A última hora de la tarde, ese mismo martes el Gobierno rectifica y ya fue ayer jueves cuando se establecieron las condiciones de las salidas infantiles. En medio de esto, Pablo Iglesias, a través de Twitter, no perdió un segundo en atribuir a su departamento el cambio de criterio y a esto le llaman cohesión. Cabe preguntarse si el sábado el presidente había hablado con los expertos, si el martes fueron los expertos los que aconsejaron ir al supermercado... cabe preguntarse, en fin, quiénes son y dónde están esos expertos en los que el Gobierno se refugia a la hora de tomar decisiones. Si han necesitado casi una semana para decidir cómo deben salir los niños a la calle, que no necesitarán para decisiones más trascendentes.
Y las que han tomado han resultado fallidas. Ahí están los miles de mascarillas defectuosas, la falta de test. No hay que olvidar el desmadre sobre las evaluaciones de los escolares y universitarios y en los anales quedarán las declaraciones del ministro Escrivá asegurando que se había enterado por la prensa de una rueda de prensa conjunta con Pablo Iglesias. Son motivos más que suficientes para atribuir al Gobierno una parte de la intranquilidad colectiva.
A Iglesias le gusta hablar de fallos en la comunicación y de humildad. La comunicación no puede, por buena que sea en su formato, tapar la descoordinación interna del Ejecutivo ni los pulsos que se están librando, ni los errores cometidos. De humildad, mejor no hablar. La soberbia es excelsa y la demuestran cada vez que dicen que esta situación la están gestionando mejor que la que le tocó a Rajoy. Sólo hay salida si es la que ellos marcan.
Llorar por la leche derramada solo conduce a la melancolía pero ahí esta la portada de El País del 13 de Febrero “Valencia registra la primera muerte en España por Coronavirus”. Diez días después, el 23 de ese mismo mes, también El País sacaba a portada el siguiente titular.”Alerta máxima en Italia tras 60 contagios por coronavirus y dos muertos”. Si nuestros expertos no intuyeron y no avisaron de que teníamos el virus en casa, mejor que se retiren y si lo sabían y lo transmitieron al Gobierno y este no hizo caso, ustedes mismos lleguen a sus propias conclusiones. ¿No es para estar intranquilos?.