El efecto más importante de la aplicación del artículo 155 de la Constitución fue servir de vacuna contra el independentismo catalán y, al mismo tiempo, de aviso a otras posibles aventuras secesionistas en cualquier otro territorio del Estado español. Pero lo más sorprendente de los efectos políticos de esa norma constitucional fue poner al descubierto la gran mentira y estafa que se vino produciendo, desde hacía varios años, contra la población catalana. De la épica y de la ensoñación se pasó a reconocer, públicamente, que se habían dado muchos pasos en falso y que el “replegar velas” suponía buscar, inútilmente, excusas o pretextos para evitar la lógica desesperación de quienes creyeron en tales promesas y mentiras. Pero el nacionalismo nunca se rinde ni desaparece del todo, de tal manera que, de la Arcadia feliz y del paraíso prometido, se pasó al purgatorio de tener que frenar la intoxicación separatista y esperar “tiempos mejores” para reanudarlo.
Para el nacionalismo, la parada no es más que una pausa en el camino para reponer fuerzas y reanudar la tarea hasta su objetivo final. Todo lo anterior explica que, tanto el portavoz de ERC en el Congreso, Joan Tardá, como el portavoz del PDeCAT en esa misma Cámara, Carles Campuzano, reconocieran que no estaban preparados para la independencia pero insistieron en que “nadie renuncia a la independencia y la aplicación de un Estado propio en Cataluña” y que “vamos a necesitar más tiempo para reforzar las mayorías sociales y las fuerzas
soberanistas deberán acompasar su ritmo”. El éxodo masivo de sus más importantes empresas al resto de España y la cobardía de algunos de sus dirigentes, eludiendo la acción de la justicia con su huida a Bruselas, para no asumir las consecuencias penales de sus actos, han derivado en un “sálvese quien pueda” que debe hacer reaccionar a la sociedad catalana, frente a los infundios producidos, para recobrar su normalidad.
No debe olvidarse que la fiebre nacionalista es recurrente o recidiva, en el sentido de que no se rinde ante el fracaso; pero se detiene y no retrocede. El ex Consejero de Salud, desde Bruselas, Antoni Comín, afirmó que “un proceso como el de la independencia requiere un trayecto más largo que exigirá esfuerzos mayores y que tendrá, y está teniendo, curvas más complicadas de las que la gente podía pensar”.
La única colaboración al proceso separatista fue la “desinformación” o el “ciberactivismo dirigido”, que desde el 1 de octubre bombardeó, con “noticias falsas”, el desarrollo de dicho proceso, manipulando las informaciones en contra de las instituciones democráticas españolas. Esta injerencia extranjera en los intereses nacionales, fruto de la nueva tecnología, confirma la preocupación que ha despertado en la Unión Europea, donde la eurodiputada del Grupo Popular, Sandra Kalniete, llegó a confesar que “estamos indefensos frente a esas nuevas tecnologías”. En resumen, lo peor no consiste en tener poder, sino en utilizarlo para lo que no se debe.