Se nos ha ido. Don Manuel Fraga era “el magnífico”. Todo lo que rodea a su figura se mide en magnitudes astronómicas. No hay lugar para las medias tintas. Admirado por unos y satanizado por otros.
De Caballo de Troya en la dictadura a arquitecto de la España constitucional y democrática. Una trayectoria vital de un hombre brillante que, desde su honradez y generosidad, trabajó sin descanso en la procura del progreso para Galicia y España, según las exigencias que marcaba el contexto.
Con Fraga como presidente de la Xunta he sido testigo directo de la profunda trasformación de nuestra tierra. En 16 años evolucionamos de una Galicia acomplejada, instalada en el siglo XIX a la modernidad.
Pasamos de aquel país de menciñeiros a mejorar los hospitales, universidades e infraestructura
Como a él le gustaba decir, pasamos de aquel país de menciñeiros retratado por Cunqueiro, a mejorar nuestros hospitales, universidades e infraestructuras.
Algunos más jóvenes pensarán que las autovías que ahora nos comunican con la Meseta, son fruto de la generación espontanea o que siempre han estado ahí. Pero yo recuerdo perfectamente aquellos viajes tortuosos a Madrid que duraban más de nueve horas.
Como recuerdo también aquellas aldeas, dejadas de la mano de Dios, a las que hizo llegar la luz, el teléfono y servicios públicos fundamentales de los que carecían.
Dada su enorme capacidad e impresionante currículum, podría haber sido lo que le diese la gana y seguramente hubiese tenido una vida más cómoda y sosegada, pero Fraga decidió dedicársela a los demás.
Sirvan estas humildes líneas para darle las gracias y decirle a Don Manuel que “el cielo es suyo”. Se lo tiene más que ganado.