El iluminado concepto musical de Ton Koopman volvió a tomar posición en el escenario de Palacio. El maestro holandés se puso de nuevo al frente de la Sinfónica de Galicia, esta vez con un programa de tres compositores clásicos: Carl Philipp Emanuel Manuel, Mozart y Haydn. El programa requirió que la orquesta redujera su plantilla para adaptarse a las necesidades de la época y a los requerimientos de los autores, ciertamente supeditados a circunstancias coyunturales más que a la naturaleza del ideario compositivo de los propios maestros.
En la primera parte las obras interpretadas fueron la “Sinfonía en SolM Wq. 183 nº4”, “Concierto para dos claves en FaM Wq. 46” y “Sinfonía en ReM Wq. 183 nº1” de C.P.E. Bach; en la segunda la “Serenata nocturna nº 6 en ReM KV 239”, de Mozart, y la “Sinfonía nº 96 en ReM Hob. 1/96” de Haydn.
La primera Sinfonía pasó desapercibida por ciertos desajustes y por su propia estructura interna, en la que la profusión de líneas y acordes entremezclados hace que su escucha sea algo turbia, sin demasiada definición. El “Concierto para dos claves”, siendo obra mayor, no acabó de cuajar, entre otras cosas por la mala colocación en escena de los claves, alejados en el fondo del escenario. Casi mejor así.
Diametralmente opuesto el resultado de la Sinfonía en Re M, donde la versión limpia y precisa de los músicos estuvo en concordancia plena con los trazos compositivos de Carlos Felipe. Pero fue la “Serenata” de Mozart la pieza que el público ovacionó de forma más clara, y no sin razón. Obra de juventud, cargada de inspiración, convenció plenamente, especialmente los solos a cargo del cuarteto formado por los violines Maaria Leino –concertino– y Adrián Linares, el contrabajista Diego Zecharies y la viola Eugenia Petrova.
Todos ellos con intervenciones magníficas, aunque por peso en sus diferentes papeles es justo resaltar a los violines, con un juego melódico de indescriptible belleza, y no sin dificultades, como en las voces en terceras, tresillos y semicorcheas descendentes en el trio del minueto. El contraste tímbrico entre los dos violines principales también se convirtió en un acierto, pues siendo más cerrado el segundo violín, ayudó a que el Nicolò Gagliano de Leino destacara amplio y abierto. Con seguridad este “pulso” fue el punto de inflexión de la velada. Enhorabuena.