Puede que lo peor de todo lo que nos está pasando no sea, y mira que es malo, la mortandad y secuelas de la pandemia y el desastre económico subyacente, sino que de ello salgamos, si no lo estamos ya íntimamente, derrotados. Que nuestra capacidad de rebeldía ante la adversidad y ante los desmanes y mentiras acabe por rendirse y quede sepultada por una resignación creciente y abandonada.
Percibo que cada vez más las gentes, aún sabedoras de lo que se les engañó y engaña, de lo que han pasado, están pasando y van a pasar mañana, se encuentran cada vez más obligadas a no concebir esperanza alguna que no sea el aguantar como sea. Que lo único cierto es que a los que gobiernan y quienes sin hacerlo también las representan en realidad lo que a los demás nos suceda les importa literalmente una mierda. Que van a lo suyo y a sus cosas y todo su interés es lograr llevárselo al huerto y comerse ellos los tomates. Los hay abducidos, que se creen a pie juntillas las proclamas de los “suyos” y combaten con saña y odio crecientes las de los “otros”.
Porque para hacer aún más triste el panorama, a la bajada de brazos colectiva, la acompaña la subida del creciente resquemor y el hervor de los rencores que se creyeron para siempre desterrados y que vuelven a ser tóxicos y determinantes en el presente y que ya están marcando un desolador futuro para España. Porque esa es cuestión esencial. El absurdo convencimiento de las generaciones en absoluto preparadas, como tanto se alardeaba, sino malcriadas en la monserga de que el futuro, por derecho y sin que ellos hubieran de hacer nada por ello, había de ser obligatoriamente mejor ha dado paso a la incapacidad de afrontar la realidad contraria. Han tenido, sin esfuerzo, de todo y por ello, precisamente por ello, no estaban preparados para nada y menos para esto. Y bien que lo están demostrando. Va a ser, sin duda, esta su prueba de fuego y o la superan o acaban socarrados. Y a primera vista uno diría que ni siquiera son conscientes de ello y más bien están en el griterío y pauta, tantas veces recitada y consentida, de “más me des que más me merezco “ aunque yo no haya hecho nada por merecerlo.
Las generalizaciones son perversas e injustas pero de ello hay, pero que bastante, en nuestros jóvenes. Y nadie se atreve a decírselo. Al revés, desde el populismo podemita si algo se fomenta es exactamente lo contrario.
Suele decirse al hablar de empresas y fortunas, que los abuelos las crean, los hijos las disfrutan y los nietos las dilapidan y arruinan. Pues en vez de poner empresa y fortuna, pongan Nación y España y la ecuación parece estarse cumpliendo a rajatabla. Estos nietos de aquellos que hicieron la Transición y trajeron la Democracia, a quienes desprecian y escupen, son los que tiene ante sí ahora su momento decisivo, y no solo es la peste viral sino la situación global de nuestra patria y a que punto ya ellos la han, en estos últimos años, desde primeros del 2000, abocado.
Hasta el momento no diría yo que se va ganando y avanzando en nada sino cogiendo velocidad hacia el despeñadero. Igual que en la respuesta a la pandemia, aunque allá al comienzo del verano el Gran Caudillo Salvador, y prototipo exacto de esta generación en lo que a esfuerzo y trabajo se refiere, proclamara con gran alarde y ensordecedor trompeteo mediático su Triunfo sobre el Mal. “Salimos más fuertes” fue y es el lema de su Victoria. Ya se sabía que era mentira y da igual también ahora que sea evidente que mentía. En España la verdad hace mucho que fue derrotada y enterrada. Para ella no hay memoria histórica que valga.