Prou

Ese fenómeno que surge cuando un día tras otro se empeñan en hablarnos del mismo asunto. Rechazo por repetición, podríamos llamarlo. Imposible escapar de él. Esa quemazón creciente que consigue que cambiemos de canal o pasemos las hojas del periódico casi con violencia. Irritados. Eso es lo que nos provoca la sola mención de los términos consulta, votación, urnas, proceso soberanista. Escuchamos “Artur Mas” y nos sube la temperatura de pura rabia. Hasta le gritamos a la televisión que no nos importa en absoluto lo que haga el president, que haga el favor de dejar de una vez de contarnos lo que le pasa. El día que nos responda sabremos que el futuro ha llegado.
Sin proponérnoslo, y sin duda sin quererlo, hemos recibido un máster en convocatoria de plebiscitos, derecho constitucional y sentimiento catalanista. Desde las tertulias de primera hora de la mañana a los programas de análisis de la actualidad del final del día. No hay informativo que no abra con la última ocurrencia del abanderado del derecho a opinar. Y aderece la noticia con las reacciones de sus socios/desencantados –pasan de un estado a otro en función de los movimientos del líder de la Generalitat– antes de adentrarse en el análisis profundo de las motivaciones, la legalidad y las alternativas. Una y otra vez. El día de la marmota sin animalillo simpático.
El asunto, con perspectiva y como supuesto teórico, es carne de reflexión y debate, nadie lo duda. El límite entre la expresión de los ciudadanos y la ilegalidad. El temor a la represión, el recuerdo de épocas superadas. La libertad frente a las normas, un clásico. La cuestión es que el interés inicial ha ido evolucionando hacia la pereza extrema. Desde la más profunda antipatía solo podemos pensar en lo que poco que nos preocupa que este señor coloque urnas en la calle o tire de guía telefónica para saber lo que piensan sus vecinos. Y por extensión, nos da exactamente igual lo que opinen estos.
Nos resulta mucho más curiosa la pasión mediática por el tema que el tema en sí. Ni la dimisión de un ministro consiguió eclipsarlo. Rivaliza por las portadas con la epidemia más alarmante que muchos recuerdan. Y por momentos, gana. Vidas humanas a las que se les concede menos relevancia informativa que a lo que se asemeja sospechosamente a un ataque de delirios de grandeza.
Suficiente. Prou.

Prou

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