Estamos en manos de los dígitos. He ido a hacerme un certificado digital, básicamente para poder responder vía telemática al acoso de Hacienda, soy autónoma, sabe… Mientras esperaba que el funcionario consiguiese que el sistema admitiese su solicitud me daba cuenta de lo dependientes que nos hemos vuelto de la informática.
¿Y si el ordenador se empecina en decir que hay un error? “Vamos a intentarlo una vez más y si no llamamos al técnico”, me dijo el funcionario. Y no se sabe por qué a la tercera fue la vencida.
Mientras esperaba a que el sistema realizara todas sus tareas me di cuenta de la enorme distancia que a nosotros, los de letras, nos separa del mundo de la informática. Nosotros que nos movemos en el mundo de las palabras, que jugamos con ellas para informar, analizar o emocionar nos cuesta una barbaridad entender ese otro lenguaje que permite realizar cálculos y gestión de información de una forma casi infinita.
La informática existe, más o menos, desde los años sesenta, es una ciencia relativamente nueva. Quiero decir que fue surgiendo en universidades donde las mujeres hacía ya tiempo que formaban parte de las aulas. Sin embargo cuando se hace una búsqueda simple en la red para localizar a los diez o veinte personalidades más importantes del mundo en la materia sólo aparecen hombres. Desde iTim Berbers-Lee, considerado el padre de la web, Bob Metcalfe, inventor del Ethernet, pasando por Bill Gates o Steve Jobs.
Es necesaria una segunda búsqueda para encontrar nombres femeninos. Son pocas, es cierto, pero que también marcaron la historia de la computación: desde Ada Lovelace, considerada una de las primeras programadoras de la historia, a Hedy Lemarr, más reconocida como la “mujer más hermosa del mundo” que como la inventora del espectro ensanchado del salto de frecuencia, base del bluetooth y el GPS.
Hay más, casi siempre ocultas por ese ligero velo informativo que se posa sobre el talento femenino.
Pero es importante hablar del presente. Es indispensable saludar la decisión del jurado de los Premios de Investigación Científica Informática de España y a la Fundación BBVA por otorgarle el Premio Nacional de Informática a una investigadora de la Universidad de A Coruña, Nieves Rodríguez Brisaboa. El premio le ha sido concedido por sus trabajos de investigación en la gestión de datos y por su labor en materia de transferencia de conocimiento a empresas e instituciones públicas y por su apoyo a la creación de empresas de base tecnológica.
No es baladí para Galicia ni para la Universidad de A Coruña que una de sus investigadoras reciba este reconocimiento. Es de una enorme trascendencia que un premio en esta área de conocimiento vaya a una mujer. Con él se envía un mensaje claro para derribar el estigma simplista de que la informática es territorio exclusivo de chicos frikis. Que también hay chicas binarias.