Bravucón, haciendo gala de buena salud y sin mascarilla reapareció Donald Trump luego del alta médica recibida. A ojos de profano, buena cara no tenía y tal vez haya salido demasiado pronto del hospital. Así al menos lo ha sugerido el prestigioso profesor Anthony Fauci, principal responsable científico en la lucha contra el coronavirus en Estados Unidos: “Habida cuenta de la terapia experimental suministrada, puede haber una recaída. Hay que estar atentos”.
Pero Trump tiene prisa. Está jugando con que el tiempo corre, va rezagado en las encuestas y necesita mostrar al electorado que su vitalidad está perfecta. “Me siento mejor –ha dicho- que hace veinte años”. Tendrá, no obstante, que demostrarlo en los dos debates que le quedan con el candidato demócrata, Joe Biden. El primero de ellos –si es que al final se celebra por discrepancias en el formato del mismo- está en principio programado para el jueves en Miami / Florida.
El virus de marras le está perjudicando políticamente y puede convertirse en el detonante de que, al final, le haga perder las elecciones. Y no sólo porque la ciudadanía le esté culpando de no habérselo tomado en serio, sino también por el deterioro de la economía.
Si ya la campaña se inició con aroma a pleito por aquello de las sospechas de fraude en el voto por correo, con el paso del tiempo las cosas se han ido complicando. Y a ello ha contribuido también un episodio aparentemente menor, pero que ha tenido y tiene su importancia.
Se trata de la nominación de quien haya de ocupar –en este caso, la juez federal Amy Coney Barrett- la vacante producida en la Corte Suprema por el fallecimiento, a los 87 años, de la magistrada Ruth Bader Ginsburg, valedora reconocida de los derechos civiles a los largo de sus tres décadas de trabajo en el alto tribunal e icono feminista de la izquierda estadounidense. Y ello así, por varios motivos.
Por una parte, porque la propuesta de un miembro del Supremo, aunque luego deba ser refrendada por el Senado, supone una de las decisiones de mayor calado para un presidente. El alto tribunal está integrado allí por nueve magistrados de cargo vitalicio; una condición que blinda su independencia, pero que lo convierte en árbitro último de no pocos y trascendentales debates sociales y políticos de alcance nacional.
Por otra y principal, por las prisas que le entraron a Trump para ya antes del contagio y a escasos días de las elecciones dejar si no resuelto, sí encarrilado el relevo. No habrá que olvidar que en las elecciones del 3-N se renueva, además de la Presidencia y la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y que los conservadores podrían perder la escuálida mayoría que en dicha Cámara tienen. Tener amarrado y reforzado con mayoría conservadora el Supremo de cara a probables conflictos postelectorales, era y es para él importante.