No es solo la total parálisis política, que también. No es tampoco, aunque suma, la sensación de que son los mismos asuntos y problemas sobre los que se vuelve y vuelve sin que avance nada excepto la creciente irracionalidad. Léase separatismo. Cualquier mirada a nuestro alrededor en lo primero en que nos sumerge es en el desánimo y la melancolía. Y el más allá exterior es casi mejor ni pensarlo. El mundo islámico en una terrible regresión hacia el integrismo y la barbarie teocrática más atroz que amenaza al mundo y en la propia puerta de nuestra casa. Y por donde la Estatua de la Libertad, Trump.
Pero lo peor de todo es ponerse a ver, ya no los informativos, que el cuerpo te lo dejan estragado, sino los programas de televisión. Entonces es cuando uno cae en la mas negra depresión. Porque eso es el reflejo de la realidad. O lo que se superpone e impone a ella como espejo y ejemplo. Y es entonces cuando ya el pesimismo es total. Porque si esa es nuestra sociedad, esos sus valores, esas sus aspiraciones, modos y deseos y eso es lo que las gentes comparten y respiran es ya no para echar correr que tampoco hay dónde ir, sino para aislarse de todo ello, para intentar no acabar en el lodazal.
Y si eso es lo que se establece como referente y referentes sociales de lo cotidiano no hay como mirar al otro gallinero, al de lo más público, y llegar a parecida conclusión.
De un tiempo acá el deporte nacional es la caza del político, profesión de máximo riesgo y de la que ellos mismos son los grandes responsables por sus extendidos y contumaces “pecados”, pero la sociedad que jalea y vocea no es en absoluto mejor. Es esta sociedad que se ha construido, moldeado y maleado en los mas bajos baremos de exigencia propia y mas altas exigencias al ajeno, la que está en la base de nuestros pesares, hoy graves, mañana peores.
Pero la culpa siempre será de los demás. La culpa siempre, en España, es de los demás. Y no hay mayor españolidad que la de los separatistas: España es culpable hasta de que lo sean. Pero es igual en todo lo demás y a los ya casi nueve meses de insensato bloqueo político me remito, aunque lo mismo daría en cualquier aspecto publico o privado, excepcional o cotidiano. La sociedad española es reacia a asumir cualquier mínimo de responsabilidad en un problema o en un mal. Lo hacemos, según nosotros, claro, todo bien. Somos un dechado de virtudes y un pozo sin fondo de derechos. Lo de los deberes quedó atrás.