l exceso colectivo de autoestima conduce al fanatismo identitario que, por definición, es excluyente y discriminatorio, pues se basa en el supremacismo, la xenofobia y la violencia.
Como dice la pensadora alemana Carolin Emcke, “a pesar de las diferencias abismales entre los movimientos secesionistas, los partidos nacionalistas o el fundamentalismo pseudo-religioso, a todos ellos les impulsa una idea similar, la de crear una comunidad homogénea, original o pura. Esa fue la idea que dio origen a la pureza y superioridad de la raza aria, que elevó a la categoría de dogma el nacionalsocialismo alemán.
Como dice Enrique Krauze, “todo fanatismo de la identidad conduce a la violencia. La única manera de salir de la trampa de la identidad fanática es la libertad, entendida como la entendieron desde los griegos hasta los padres fundadores de Estados Unidos; una actitud de respeto a la individualidad y de empatía o tolerancia hacia los otros”. Y el autor citado concluye, “ahí donde un grupo de personas declara que el nosotros es superior al ustedes están dadas las raíces de la violencia”.
La exclusión, como reducto de lo identitario, contradice la dimensión social del ser humano y antepone el “nosotros” a los “otros”, a los que, en consecuencia, se desprecia y considera inferiores.
Refiriéndose a los movimientos identitarios, el Catedrático Salvador Gutiérrez Ordóñez considera que, “el peligro es que se basan en creencias y éstas se desactivan mucho peor que las convicciones porque los argumentos no sirven contra ellas”.
Contra los sentimientos y las emociones es difícil que se abran paso el razonamiento y el espíritu crítico.
Nadie mejor que el filósofo indio “Osho para censurar el supremacismo con estas palabras: “nadie es superior, nadie es inferior pero tampoco nadie es igual. La gente simplemente es única, incomparable. Tú eres tú, yo soy yo. Yo tengo que contribuir a mi vida potencial; tú tienes que contribuir a tu vida potencial. Yo tengo que descubrir mi propio ser; tú tienes que descubrir tu propio ser”.
Ese es el gran mensaje que nos enseña cómo reconocer y respetar al otro y que puede resumirse en la frase de Thomas Paine, “sea cual sea mi derecho como hombre, también es el derecho de otro”.
En definitiva, es cierto que el otro no es uno mismo pero merece el mismo trato como si de uno mismo se tratara.