hace año y medio contesté desde esta columna a un señor que afirmaba en un largo texto de opinión que el caso denominado La Manada era una peli porno. Nos equivocábamos todos, desde la víctima hasta juristas, policías, médicos, por no hablar de los cientos de miles de mujeres que salieron a la calle. Donde veíamos una brutal violación él veía una película pornográfica más.
La sentencia, la primera, condenó a los 5 protagonistas de este caso a 9 años de cárcel y dejó un sabor amargo. Tal vez no tanto por la pena en sí, sino por la calificación del delito. El tribunal no consideró que fuese una violación sino una agresión sexual.
Ahora el Supremo zanja el asunto. Corrige la sentencia anterior y rectifica la naturaleza del delito. El caso de La Manada es una violación; más aún, el TS se refiere al error de haber considerado que sólo había una violación cuando lo correcto hubiese sido contabilizar diez.
Es posible que nuestro columnista en cuestión esté pensando en que cometió un error, lo más probable es que considere que se trata de un fallo de cálculo de carácter formal y no de contenido.
Al conocer la resolución del Supremo habrá pensado que no estábamos ante una peli porno sino ante diez.
La Manada ha servido para alimentar opiniones de toda índole, programas de dudosa categoría e información de la buena y también de esa que baja a las cloacas. Igualmente ha permitido que la ligereza, a veces la frivolidad, sustituya al análisis riguroso. Debemos ser prudentes.
Ahora estamos en la fase de valoraciones de la sentencia, la del Supremo. ¿Cual es su significado? ¿Es una sentencia histórica? ¿Manda el Tribunal Supremo un mensaje contra los delitos sexuales?.
Me asusta un poco pensar que un tribunal o que un juez, cuyo deber es aplicar las leyes que todos nos hemos dado, actúe como si fuese un profesor que guía el camino de sus discípulos.
¿Acaso los jueces deben juzgar en función del momento social que vivimos?, ¿Acaso los tribunales deben mirar hacia la calle a la hora de decidir? Esto de que la justicia deba ser “ejemplarizante” no acaba de convencerme.
¿Qué pasa cuando no lo es? Cuando solo es justicia a secas, ¿es menos justa?
La sensación de este planteamiento es que existen dos justicias: una simple y desabrida, que no tiene mucha enjundia y otra –la “ejemplarizante”– que es la verdadera, la que se escribe con mayúsculas.
Quiero pensar que la justicia no debería tener apellidos, entiendo que ella se basta a sí misma y que jueces y tribunales están para aplicarla. Se pueden equivocar, como ha sucedido en este caso y es la propia justicia la que ofrece sus propios mecanismos para corregir los errores. Eso es lo que, a mi entender, ha hecho el Supremo. ¿O peco de ingenua?