Paradójicamente, el político es, a la vez, dueño y esclavo, amo y siervo del voto. No sólo depende del voto para acceder a la representación política, sino que sigue dependiendo de él, para conseguir su posible reelección. Esta servidumbre es la que le obliga a actuar “aquí y “ahora”, es decir, pensando más en su reelección que en actuar conforme a sus propias convicciones y creencias.
Depender del voto es una garantía y una condena. Por eso, se dice que el estadista piensa en las próximas generaciones y el político en las próximas elecciones.
La anterior idea la expresó, con gran acierto, Jean-Claude Juncker afirmando que, “los políticos sabemos lo que hay que hacer; lo que no sabemos es cómo conseguir que nos reelijan después”.
Ser rehén del voto convierte al político en víctima del electoralismo y del populismo. Ambas características consisten en hacer, no lo que se deba o considere acertado y prudente, sino lo que sea del agrado y gusto del futuro elector.
Por eso, el populismo necesita para triunfar que el político sepa oír, escuchar y hacer suyas las necesidades y reivindicaciones sociales más perentorias y urgentes. De ahí, la necesidad de “auscultar” con la debida frecuencia y actualidad, la “opinión pública”. Ésta depende en gran medida de los medios de comunicación e información, incluidas las redes sociales y los modernos sistemas de impresión digital. Esta nueva realidad conduce a que, si el político depende del voto y éste lo prefigura y configura la comunicación, no puede extrañarnos que se diga que “la comunicación es poder” y que, “quien domina la comunicación tiene y controla los resortes del poder”.
Como dice el filósofo inglés Julian Baggini, “la gente cree lo que le conviene sin importarle la fiabilidad”.
La dependencia del voto es la principal causa de que, en las campañas electorales, la política se convierta en una puja o subasta de promesas y ofertas, con el único objeto de ganar adeptos y movilizar a los indecisos.
No se pretende convencer o persuadir. El proselitismo político se basa en ofertas más que en propuestas.
La importancia de la opinión pública y de su influencia en la orientación del voto fue destacada por Marco Aurelio diciendo que, “es verdad que lo que más nos importa es la opinión pública; antes nos preocupamos del qué dirán que de lo que podamos decir nosotros”. Esa servidumbre del qué dirán es la que condiciona la vida política actual, tributaria de “lo políticamente correcto”.
Es también conveniente tener en cuenta que, como dijo Vargas Llosa, “hay cosas que la gente no quiere creer y, al mismo tiempo, cree cosas que no son ciertas”.