En los años 60-70 las principales ciudades costeras del mundo empezaron a diseñar el desplazamiento de los puertos que las vieron nacer. El incremento exponencial de la actividad industrial con mayores necesidades de espacio, los efectos nocivos sobre la salud y el medioambiente frente a la demanda de mejora de calidad de vida y una expansión urbanística que colisionaba con el uso portuario, hicieron imprescindible arbitrar soluciones que permitieran conciliar la actividad económica portuaria con el crecimiento sostenible de las ciudades que los albergaban.
Y todo pasaba por acometer mudanzas portuarias que se convirtieron en oportunidades históricas para proyectos de urbanización revolucionarios en las ciudades. Se trataba de reunir las mejores cabezas y conseguir los recursos económicos para la nueva planificación urbanística y la nueva proyección portuaria. Así, en cadena, multitud de ciudades lo lograron y construyeron modelos de transformación urbana como nunca se habían producido en la historia. España no se quedó atrás y ciudades como Barcelona o Bilbao, con el apoyo decidido del Estado, fueron pioneras en grandes proyectos portuarios que hoy son modelo. Hay muchas otras en pleno proceso, Gijón, Santander, Málaga, Huelva, Alicante, Cádiz, Valencia,…
A Coruña pedía a gritos su momento. Además de problemas medioambientales generados por descargas de carbón, en parte solucionados, después de fuertes protestas, con la infraestructura de la medusa, una seria de catástrofes en plena ciudad anunciaban una amenaza de tragedia intolerable para quienes vivimos aquí. O refinería o deslocalización del Puerto industrial. Y llegó la solución de la mano del gobierno de Francisco Vázquez. Sentó a la mesa a quienes tenían que decidir y logró en 2004 establecer el acuerdo que marcará la historia moderna de la ciudad.
Pero una vez más el Estado se mostró cicatero con una Galicia que hace siglos no sabe exigir lo que le corresponde y apretó. Lo que podía ser un proyecto de vertebración del noroeste peninsular que hiciera de A Coruña su motor económico, se lastró por las necesidades de financiación que llevaba asociado. Pero daba igual, la ciudad no podía seguir esperando su turno. Consiguió que el mejor urbanista del momento, Busquets, diseñara el proyecto encajando las exigencias del Estado para mover el puerto industrial a Punta Langosteira. Pese a las limitaciones, el proyecto diseñaba otra ciudad, una lámina de agua que se fundía en el Atlántico y hacía de A Coruña un entorno urbano excepcional.
Desde entonces hasta hoy. Explotó la crisis sin que tuviéramos articulado el modelo de desarrollo. Y llegamos a 2018, donde tenemos un alcalde ninguneado de forma intolerable por otras administraciones, que parece incapaz de establecer un diálogo armónico interadministrativo. Del otro lado un presidente de la Xunta que está en fase “divina” de virreinato sobre la ciudad, como si fuéramos su cortijo. Ya nos pasó en otros episodios de nuestra historia y supimos poner en su sitio a quien ni supo, ni quiso defender el futuro de las coruñesas y coruñeses por pensar en lo suyo y a quien, desde fuera, pretendió doblegarnos para sus fines. Ni Ferreiro ni Feijóo son modelo de nada para A Coruña. Toca tiempo de cambio para recuperar de nuevo el rumbo de nuestro futuro.