Con el olor de las orejas recién salidas de la sartén inundando la cocina y el cerebro es imposible no rendirse al espíritu carnavalero. Buscar el amparo del maquillaje y la peluca y creerse un miembro de comparsa, con beneplácito para repartir reproches a placer. Lo que no se dice se acaba enquistando. Y la salud es lo primero.
Lo mismo el disfraz podría ser de político. En soltar sapos casi todos tienen un máster. Como esos que cuando están en la oposición critican las malas ideas –o la falta de ellas– de quienes tienen el mando y al recuperar el poder sufren esa extraña dolencia que les hace perder su ingenio. El recurso a la herencia envenenada es lo mejor que pueden ofrecer.
La creación de empleo que no pasa de promesa, las obras que nunca gustan a quienes no las han planificado o los proyectos que en boca ajena resultan insuficientes. Las posibilidades de reproche son infinitas. Estos días la mejor excusa es el Plan de Movilidad del Ayuntamiento. Al margen del precio del informe –quién fuera ingeniero en ciertas ocasiones– llama la atención la buena fe, casi inocencia, que derrocha la idea.
Todo se basa en el civismo coruñés y uno no puede por menos que preguntarse en qué ciudad viven estas mentes pensantes. Será quizá que nunca han tenido que dejarse los frenos ante uno de los peatones suicidas que parecen despertar con el ruido del motor, como zombis de carretera. El que no se apoya en un bastón, arrastra los pies con esfuerzo o lleva colgando un par de niños. Acaso los padres del plan no se han encontrado con esos otros padres que al grito de “la calle es mía” colapsan cuanto carril haya un kilómetro a la redonda del cole a la hora de la salida. Puede que tampoco hayan experimentado el pánico de viajar con esos conductores de autobús que se imaginan en un gran premio de Fórmula 1. O formado una caravana detrás de algún ciclista que apenas es capaz de dar una pedalada en cuanto empieza a afrontar una cuesta.
Por más que estemos en días de fiesta, la sospecha de que las víctimas de la broma seamos nosotros no nos hace mucha gracia. Confiemos en que el plan no quede en mascarada.