Sócrates, el hombre más sabio de Atenas, reconocía que “si yo me hubiese dedicado a la política, habría muerto hace mucho”. Al igual que Platón, defendía la “sofocracia”, es decir, el gobierno de los más sabios y aborrecía la política, de la que, como dijo el filósofo Jacques Derrida, “sabemos que el espacio político es el de la mentira por excelencia”.
Ese mismo criterio peyorativo tenía Bertrand Russell de los políticos, afirmando que “los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible y los políticos por hacer lo posible, imposible”
Teniendo en cuenta lo anterior, es prudente elegir al político que menos prometa, porque será el que menos nos podrá defraudar. Así lo proclama Lao Tse, al reconocer que, “el que mucho promete, rara vez cumple su palabra”.
Si servir a los demás es la principal virtud de los políticos, servirse de los demás es su mayor perversión.
A los políticos hay que elegirlos no por lo que prometan, sino por el balance positivo de lo que hayan hecho. Esta es la idea que expresa el sicólogo Carl Jung diciendo, “eres lo que haces, no lo que dices que vas a hacer”, a lo que podríamos añadir, “ni por lo que dijiste que harías”.
El gobierno, según Mirabeau, no se ha hecho para la comodidad y el placer de los que gobiernan. La prudencia del político se demuestra cuando lo que no es verdad no lo dice y cuando lo que no es conveniente no lo hace o, parodiando a Platón, podríamos decir que los buenos políticos son los que tienen algo que decir y los malos los que tienen que decir algo.
La sinceridad del político se manifiesta cuando su manera de vivir se corresponde con su manera de pensar y no cuando piensa según vive. En este último caso, el político sucumbe al determinismo materialista de la dialéctica marxista, que hace prevalecer la existencia social sobre la conciencia social. No es, dice, la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es el ser social lo que determina su conciencia.
Si el político deja de ser un icono social y se hace víctima de sus propios intereses y ambiciones, ocurre lo que vaticina Georg C. Lichtenberg, de que “cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto.
En todo caso, no olvidemos que “la ineptitud de los políticos la pagan los pueblos”, nos advierte Lucca Capiotto.
Pero no nos engañemos, pues nos equivocaríamos si pensáramos que la sociedad es independiente de sus gobernantes y que no tiene responsabilidad alguna en sus decisiones y acción de gobierno, cuando es el ciudadano, con su voto responsable, el que los nombra, elige, renueva o cesa. De ahí, la razón de Joseph de Maistre cuando dijo que, “cada nación tiene el gobierno que merece”.