El ser humano debe pensar lo que dice antes de decir lo que piensa. De lo contrario, deja de ser reflexivo para ser instintivo. No es el instinto el distintivo de la naturaleza racional del hombre.
Si los actos humanos no son fruto de la reflexión y el discernimiento; si son espontáneos y espasmódicos, no se corresponden con la naturaleza racional y libre de las personas.
La racionalidad humana se caracteriza por el predominio de lo cerebral sobre lo pasional y lo reflexivo sobre lo instintivo.
Quien siga el predominio de los instintos, aunque tenga espontaneidad, carece de autenticidad personal y humana. Cuanto más independiente es el pensamiento humano del instinto, mayor será su autonomía individual y la verdadera naturaleza racional del ser humano.
Dominar los instintos es la gran virtud y la razón de ser y de actuar de las personas. Si el hombre se deja llevar por los primeros impulsos, es decir, sin el control de su oportunidad, posibilidad y buen sentido, abdica de su condición de ser libre y responsable.
Ser víctima del instinto es convertirse en un ser “primario”, es decir, primitivo, irresponsable y no dueño de sus actos.
Decir o hacer lo primero que se nos ocurre, sin atender ni reflexionar sobre el lugar, tiempo y circunstancias, es caer en el más torpe materialismo e incurrir en la mayor falta de sentido crítico.
Crítico de uno mismo es el primer paso para ser uno mismo. Y no es uno mismo el que reacciona mecánicamente a cualquier estímulo exterior, sino el que actúa con sentido y juicio práctico, sin dejarse llevar por la corriente o los acontecimientos.
El hombre puede y debe vencer o renunciar a los instintos; pero a lo que no puede renunciar es a su facultad crítica y de juicio sobre su conducta y proceder.
Si la persona pierde la autoridad sobre el sentido de sus actos se convierte en víctima de sus propios excesos, pierde la capacidad de inhibirse de sus impulsos naturales. Actuar al ritmo de impulsos o tendencias biológicas o naturales es renunciar a la personalidad humana y asumir el papel gregario o de rebaño.
Ser uno más no es ser uno ni distinto; ser uno más es renunciar a lo más propio de uno mismo, es decir, a su verdadera naturaleza racional y humana.
No es prudente, pues, quedarse o aceptar la primera idea o ceder al primer impulso sin someterlos a un juicio previo, crítico y sereno. Sólo así, la personalidad y la autenticidad del ser humano se mostrarán conformes y solidarias.