Las descafeinadas fiestas que estamos teniendo, no son más que el coletazo final de un año por el que hemos pasado de puntillas y más solos que la una. Sin embargo, es preciso que sean así para que puedan volver pronto aquellas que recordamos con anhelo. Ahora más que nunca debemos sacrificarnos hasta el extremo, cumplir todas y cada una de las normas que se nos impongan a nivel personal o colectivo, y mirar hacia delante. Excepto las personas que se nos han ido, poco importa lo que casi todos hemos perdido durante este año virulento, maldito y de guerra. Da lo mismo lo que pudo haber sido y no fue, o si sentimos día a día que cualquier tiempo pasado fue mejor y que estamos abocados al mayor de los desastres. Es indiferente si creemos que la vida nos ha castigado o si nos pensamos que nada volverá a ser como fue. Lo único necesario consiste en hacer el ejercicio individual de contenernos al máximo para luego llegar a liberarnos. Para volver a esa existencia que siempre tuvimos y que nunca supimos valorar porque todo era normal.
Muchas personas se han quedado sin salud, otras sin esperanzas mientras que, las más torpes, se siguen lamentando de la carencia de fiestas y de mayores libertades e, incluso, continúan jugando a saltarse a la torera los mandatos sanitarios. Demasiada gente que parece no haber sacado nada en limpio de la lucha que nos asola. Da lo mismo si esta Navidad hay más o menos regalos, o si la falta de dinero o el miedo a ello nos persiguen. Lo único que verdaderamente importa es que se está trabajando contra reloj para obsequiarnos a todos con el mayor presente que, desde que nacimos, nos han hecho hasta ahora y que se llama vacuna. Un salvoconducto que nos devolverá progresivamente una libertad que nos permitirá trabajar en condiciones normales, relacionarnos sin miramientos y tener planes de futuro. Solo por eso, ya es una buena Navidad. Ya hay una luz al final del túnel, que además irá implantándose de forma progresiva y que conseguirá que mes a mes el panorama sea cada vez mejor, con todo lo que ello implica. Así que, desde aquí, ruego a todas esas aves de mal agüero a las que les encanta alarmar y tender al catastrofismo pernicioso que circula por ciertas redes rechazando la vacuna; que sean responsables, que no inventen, porque esto no es un juego. Se trata en realidad de nuestra única salida. De la última esperanza que nos queda para que todo vuelva a ser como un día fue. Sin más. Si hubo fallos en algunas, también es cierto que fue necesario solventarlos hasta llegar a ser aprobadas. Se trabajó sin parangón para crear el antídoto contra el veneno que nos envuelve y persigue. Así que no nos quedemos con la anécdota y confiemos en la resolución final. Grandes amantes de la ciencia, en su mayoría emigrados o mal pagados, se han dejado la piel en una investigación sin precedentes a contra reloj. Y lo han hecho para salvanos, para rescatar a un mundo, hasta ahora, incapaz de rendirle homenaje a estos verdaderos Reyes Magos ataviados con mascarillas y batas blancas, que son los científicos.
Aprendamos algo de esta pandemia. Que la factura a pagar, además de plagada de muertes, esté también repleta de agradecimientos y de cambios sociales. Que de ahora en adelante sepamos agradecer y ser más humanos, comprendiendo qué es realmente lo importante y tratando de extraer algo positivo en favor de nuestro crecimiento personal. Hagamos un mundo mejor y adoptemos algunos de esos valores que la vida pequeña que nos trajo la peste, nos obligó a recuperar para bien.