Alguien señaló el anhelo de felicidad como prueba de la inmortalidad del alma. No obstante, resulta harto complicado meterse en estos berenjenales, porque la felicidad no deja de ser un estado de ánimo y tampoco podemos olvidar que el hombre feliz no tenía camisa salvadora para curar las dolencias de un gran rey. Por eso también disponemos de un organigrama público al objeto de hacer posible la gobernanza ciudadana. Con representantes democráticos y valiéndose de sistemas puro o impuros: monarquía, aristocracia, democracia; tiranía, oligarquía, demagogia.
Muchas ocasiones mirando las formas caprichosas de las nubes y el fulgor de las estrellas postergamos el suelo que pisamos y a esas pequeñas florecillas franciscanas merced a las cuales pudiéramos pasarlo medianamente bien, sin alharacas... Simples menudencias que nos permiten hoy vivir mejor que los señores feudales perdidos en castillos y riquezas confundiendo la propiedad con la soberanía. Ellos no tenían alcantarillado, abastecimiento de agua, electricidad, energía. El mismo Luis XIV, el de el Estado soy yo, sería menos que un pobre emigrante.
Así sucede con la política española contemporánea, donde la partidocracia impone su ley de acero ingobernable, faltos de un técnico que limpie las cañerías e impida la corrupciones. Desandando el camino nacional, dos pasos adelante y dos atrás, en inmovilismo paranoico. Hemiplejia todavía de izquierda y derecha, antiguo régimen y nuevo, viejos rogelios y conservadores. Tuertos para afrontar los graves problemas del país cuando en nuestro hogares, si una cisterna no funciona, una tubería se atasca o la inundación nos anega, no recitamos la lista de los retes godos o indagamos silogismos, nos limitamos a llamar al fontanero para que su habilidad técnica nos ponga en órbita. Y el profesional detiene la gota de agua, desahoga las cañerías para perfecta conducción, estabiliza los aseos y despeja inconvenientes.