No ver la realidad, negarla o desconocerla no evita tener que enfrentarse a ella y a sus consecuencias cuando la fuerza de los hechos así lo imponga y lo exija.
Ante el importante deterioro que viene sufriendo la situación política en Cataluña, por el delirio secesionista y la consecuente fragmentación social que produce, no puede servir de consuelo que el Gobierno se esfuerce en repetir “lo obvio”, es decir, que el referéndum unilateral de autodeterminación no se va a celebrar por ser ilegal y que la aventura separatista está condenada al fracaso.
Resulta esperpéntico que se pretenda tranquilizar a la sociedad española con el inaceptable argumento de que sólo se actuará “cuando se pase de las palabras a los hechos”, como si no fuera suficiente el catálogo de desobediencias e incumplimiento de leyes y sentencias que constituyen en esa parte del territorio nacional un “Estado de hecho” obligatorio impuesto por la Generalitat, frente a un “Estado de iure”, que se incumple, de rango nacional.
Cuando el avance del secesionismo se viene produciendo por aplicación de la política de los hechos consumados, que el Estado se mantenga en una actitud totalmente pasiva o complaciente, es gravemente peligroso porque el mal se agrava y la solución será siempre más complicada y difícil.
Mientras los políticos no acepten, sin titubeos y fisuras, que el separatismo sólo tiene un único objetivo, abandonar la casa común y crear un Estado independiente con la ruptura consiguiente de la integridad territorial de España, el proceso separatista seguirá avanzando y sólo se detendrá cuando se imponga el imperio de la ley y en la práctica de los hechos se imponga la justicia.
Refugiarse o pretender halagar y convencer al separatismo de que la solución está en la reforma de la Constitución o en su mejora y adaptación a la situación política y social presente, es esconder la cabeza debajo del ala y no querer afrontar, oportuna y firmemente, que con esas concesiones o halagos no se detiene ni se evita ni se resuelve el avance separatista y su empeño en la creación de un Estado nuevo y soberano distinto e independiente del español.
Frente al separatismo no hay diálogo ni alternativa posible. Sólo el dilema hamletiano: se acepta o se rechaza; o sea, el ser o el no ser de la España actual.