Si ya la campaña se inició con aroma a pleito, con Donald Trump bramando contra un sistema de voto por correo a su entender sospechoso de fraude, así ha ido terminando el agónico recuento de las elecciones norteamericanas, con el mismo personaje enzarzado en una serie de denuncias similares y pretendiendo dar en los Juzgados la batalla final.
El caso es que el vilipendiado Trump -119 periódicos de allí han estado por Biden y sólo 6 por él- ha superado ampliamente sus expectativas electorales; que no ha sido la flor de un día que se pronosticaba cuando hace cuatro años accedió a la Casa Blanca; que el trumpismo sobrevivirá, y que el país ha salido de las urnas más fracturado de lo que ya estaba.
La polarización –es de recordar- no es fenómeno nuevo. Desde el enfrentamiento de Bill Clinton y el presidente o speaker republicano en la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, allá por la segunda mitad de la década de 1990, las tiranteces internas han ido al alza. Ocurrió también con Bush hijo y se dispararon con Obama. Con Trump han batido récords.
Según últimos datos de Gallup, el 94 por ciento de los republicanos aprueba la gestión del hasta ahora presidente, frente al 4 por ciento de los demócratas. Una brecha de 90 puntos, insólita por lo elevada. La tensión entre los dos bandos ha sido tremenda.
El hecho de que se haya producido un récord de participación, más de 160 millones de votantes (66,9 por ciento del censo) bien podría interpretarse también como indicativo o síntoma de la radicalidad vivida. Restaurar heridas será, pues, uno de los grandes retos del nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Físicamente, Trump salió fuerte del breve confinamiento a que por contagio fue sometido. Su sprint final de campaña ha sido casi espectacular. En pocos días tenía que dar la vuelta a las encuestas. Pero políticamente la pandemia no le favoreció. Y no sólo por la errática lucha contra el virus que hizo -237.000 víctimas mortales, casi diez millones de infectados y negacionismos fuera de lugar-, sino sobre todo porque le tumbó la economía.
En febrero último, la economía norteamericana ofrecía grandes y buenos números. El coronavirus y las restricciones impuestas para su control la descabezaron. En abril registró un desempleo del 14,7 por ciento, porcentaje desconocido en este ámbito en aquel país desde la durísima depresión de 1929. Luego esas cifras mejoraron y rondan ahora el 8 por ciento. Pero queda mucho para salir del socavón.
Salud y economía serán, por tanto, dos ámbitos en que el eventual nuevo presidente deberá actuar de modo prioritario. Y aparte de estas dos primacías, otra gran tarea que le quedará a quien el 20 de enero sea investido como tal en la escalinata del Capitolio será reparar los daños infligidos a la imagen internacional del país. Que no han sido pocos.