Fernando Pessoa, en el poema “De todo tres cosas”, hace alusión a la transformación de lo negativo en positivo, algo que sin duda puede ayudarnos mucho de cara a salir indemnes de esta situación apoteósica por la que atraviesa la humanidad al completo. Transformar el dolor en fuerza motor es un ejercicio tan complicado como saludable y nos ayudará a llegar al final de todo esto de la mejor forma posible.
Decía el escritor portugués al que, sin haber tenido el honor de conocer, siento tan cerca como si fuese de mi familia; que de todo quedaron tres cosas. La primera, la certeza de que siempre estaba comenzando. La segunda, la certeza de que había que seguir y, la tercera, la certeza de que sería interrumpido antes de terminar.
Si aplicamos a la pandemia que nos azota, el profundo conocimiento que este hombre tenía sobre el individuo, la carga puede aligerarse al pensar que no es el final de nada, sino el comienzo de algo; que por difícil que se ponga el camino, no se puede dejar de ir hacia delante y que siempre debemos estar preparados para ser engullidos por mares de duda o de desilusión que, de vez en cuando, interrumpirán nuestra marcha.
Hacer de la interrupción un camino nuevo, de la caída un paso de baile, del miedo una escalera, del sueño, un puente y de la búsqueda un encuentro; es lo que diferenciará- no solamente la forma de sobrellevar el trayecto-, sino el modo en que unos y otros llegarán a la meta.
Porque ese fin de ciclo del que hablo, llegará. Seguramente, lo hará de una forma progresiva, hasta que un día nos atrevamos a mirar atrás y ya no sintamos miedo, ni dolor, ni nada más que el peso de un recuerdo oscuro que quedará suavizado por la ilusión renovada de aquellos que no se hayan permitido a sí mismos adentrarse en las fauces del lobo, al menos, no de forma persistente, pesimista y recurrente.
El sol volverá a salir y la vida continuará y, para entonces, es nuestra obligación tratar de retomar viejas costumbres, añadir otras nuevas y no mirar atrás. Porque la vida siempre ha sido y siempre será. Esa es la única certeza que debemos tener. Y esta forma de vivir por la que nos toca atravesar, terminará. Se esfumará como el aire, dejando tras de sí un reguero de dolor emocional que, por nuestro bien y el de los que nos precederán, tenemos que tratar de minimizar.
Protejan sus cuerpos del virus, pero también sus mentes de las secuelas de este. Ayúdense a sí mismos para poder ayudar a los demás. Es necesario mantener la mente clara y el espíritu elevado, aunque todo esté dormido y sepa a descafeinado, aunque nos puedan las ganas de dejarlo todo y tengamos que aprender a vivir al día. Aunque no haya planes, ni proyectos y nuestras esperanzas estén medio rotas. Aunque estemos exhaustos, aburridos y enfadados; es necesario continuar con la esperanza de que ya falta menos para salir del agujero.
Para ello, es preciso asumir que siempre estamos comenzando, que hay que seguir cueste lo que cueste, y que habrá interrupciones que minen nuestros ánimos en más de una ocasión; pero también es necesario aprender a transformar el miedo en un puente hacia algo desconocido que, quizás, a medio plazo sea mejor que lo que teníamos. Vivamos este turbio presente confiando en que las aguas irán clareando poco a poco, hasta llegar a ser de nuevo transparentes. Vivamos pensando que París siempre nos estará esperando.