Que se acabe ya. El verano. O al menos, las vacaciones. Para que se reduzcan las posibilidades de que cada día en algún rincón del país un tipo decida que es un buen momento para demostrarle a golpes a su mujer quién es él. Los bárbaros actúan todo el año, pero la época de la playa y las terrazas les vuelve más agresivos. En algunas zonas, los tres meses de sol suman más de un tercio de las denuncias por violencia machista de todo el año. El contacto, dicen los expertos, es el detonante de esas bombas de relojería que son los maltratadores.
Porque sin el refugio que muchas veces es el trabajo, la convivencia familiar es constante. Los que solo volvían a casa a la hora de cenar desde que cerraban la puerta a primera hora de la mañana están ahora presidiendo las comidas y organizando el día de excursión. Y con cada ofensa que solo ellos ven se va consumiendo la mecha. Irracional y devastadora. Hasta que una mirada o una palabra, insignificantes, intrascendentes, hacen que todo salte por los aires. Y un mal día, a la hora de la siesta, al regreso de la playa o al volver de las cañas nocturnas, cualquier momento es ridículamente inapropiado, suenan las sirenas frente a un edificio y en el caos que provoca alguno de los indeseables se vislumbra una sábana cubriendo un cuerpo inerte y unas esposas que se antojan un precio muy bajo.
Una jornada tras otra, el patrón se repite. Por imitación, dicen algunos estudios que destacan que los asesinatos se producen en serie; en días consecutivos. Un intento más de explicar lo inexplicable. La inspiración que supone saber de otro criminal es un argumento de tantos. Como el calor, que altera. O la lluvia, que crispa. Culpar al tiempo siempre es un recurso. Igual que responsabilizar a los medios de comunicación que informan de las atrocidades.
Es difícil no encontrar a diario una noticia de una agresión a una mujer. Cuando no es el peor de los escenarios, el de la muerte, es una paliza, un apuñalamiento, un habitación destrozada y amenazas que aterrorizan. El resultado de unas cuantas horas más de lo habitual junto al monstruo que no necesita excusas para sacar lo peor que lleva dentro. Vacaciones malditas. Malditas vacaciones. No son la razón, pero sí el contexto propicio para el horror. Mientras no seamos capaces de erradicar a los violentos, solo podemos desear que las vacaciones se acaben ya.