El argumento para rechazar a Gala León como líder del equipo Davis es tan ridículo que recurrir al sentido común para rebatirlo parece incluso fuera de lugar. Para qué hablar de la presencia de mujeres fisioterapeutas o médicos –en el ámbito deportivo y en la vida diaria– o de la existencia desde siempre de entrenadores varones en equipos femeninos. Qué necesidad de malgastar energía recordando en qué siglo estamos y qué barreras discriminatorias hemos superado. No sirve de nada cuando, todo apunta, las razones del malestar de los jugadores son otras.
Los jugadores de la Copa Davis sufren un brote de pudor. Les quita el sueño, pobres criaturas, la idea de pasar tiempo en el vestuario con su capitana. Casi ni nos atrevemos a imaginarnos la escena, de puro pavor. Ellos, piel al descubierto y esa mujer frente a frente. Un espanto. Mi desconocimiento del protocolo masculino en el cambio de ropa –que me inhabilita, claramente, para dirigir cualquier equipo de hombres– me lleva a pensar que quizá los tenistas analizan mejor los partidos ligeros de prendas. Cuestión que hace la reunión dificultosa, pero no imposible: a falta de gafas oscuras para algo se inventaron los teléfonos. De no ser así, me atrevo a apelar a las normas más básicas de educación para solucionar el conflicto. Esto es, antes de entrar, llamar a la puerta; y, válida sea cual sea el sexo del visitante, cubrirse las vergüenzas en presencia de otro. Fácil y rápido.
Como que peligra el retiro dorado de los otrora primeros espadas del tenis nacional. Con la llegada de Gala León se tambalea esa especie de club privado al que solo pueden acceder los elegidos, los que gozan del beneplácito de los jugadores –palmaditas en la espalda y fiestas de pijamas en los hoteles de concentración– y de sus entrenadores. Sin una capitanía en la que refugiarse llegado el momento, habrá quien se vaya a su casa prácticamente sin hace ruido. Y acabe en el olvido del mismo modo. La condición anecdótica de que la persona escogida pueda llevar falda es la excusa perfecta para reclamar la vuelta al régimen establecido. Ese en el que los tenistas se ven legitimados para llamar a su colega y renunciar a jugar cuantas eliminatorias les resulten incómodas o poco atractivas. Esa batalla, al menos, no tendrá que librarla la nueva líder: quien quiera ir a los Juegos Olímpicos deberá jugar dos rondas de la Copa. Ya pueden ir practicando los muchachos lo de cambiarse rápido en el vestuario.