La política pesa más que la vida. Aunque sea la de una niña de tres años. Es la lección que nos han enseñado por las malas con el caso de Treviño.
No encontramos argumento que justifique lo sucedido. Será que estamos en el lado adecuado de la línea. En el que están los que aún se resisten a perder la humanidad. Por más que se la maltraten a diario.
Del pavor por el suceso, que nos encoge el corazón en cuanto le dedicamos más de un segundo, pasamos a la repugnancia más absoluta. Por la idea de que haya profesionales de la salud que le niegan la atención a un enfermo y por los oportunistas políticos que hacen de una tragedia la bandera de sus aspiraciones soberanistas.
Lo prudente es esperar a la investigación para hablar de matices y sacar conclusiones, pero el relato de los padres es tan estremecedor que es imposible no denunciar el sinsentido que supone el hecho de que la desgracia se hubiese evitado si Treviño no fuese una isla castellana en medio del País Vasco. Las Urgencias alavesas habrían enviado la ambulancia que la madre de la pequeña reclamaba entre lágrimas en lugar de recomendarle que le pidiese ayuda a Miranda de Ebro. Algo falla de manera estrepitosa si las comunidades funcionan como Estados enemigos. Incapaces de atravesar una frontera dibujada con líneas discontinuas en los mapas para salvarle la vida a una niña. Por cuestiones económicas –el ahorro es la premisa marcada a fuego en los servicios públicos– o políticas, la vergüenza es la misma.
Y se vuelve obscenidad cuando desde los escaños nacionalistas los parlamentarios se atreven a desafiar: “Si Treviño estuviese integrado en Álava, no estaríamos hablando de esta desgracia”. Confirmando que a una evidente ansia enfermiza de poder se une el desprecio por la vida más repulsivo.
La excusa para sus últimas exigencias no es un accidente aprovechable o una estadística. Se llama Anne. Tenía tres años y una familia que haría cualquier cosa por ella. Que hizo, de hecho, todo lo que pudo. Que más de uno se muerda la lengua antes de volver a utilizarla como arma política. Estamos dispuestos a correr el riesgo de que se envenene.