Golpismos

Cada cual a su manera y por distintos motivos, dos golpes de Estado han coincidido estos días sobre la mesa de la actualidad nacional. Uno, el del 23-F de 1981, armado, cuyo 40 aniversario se acaba de conmemorar y del que no se han contado mayores novedades. Y otro, blando y letal en 2017, como fue todo el proceso de autodeterminación en Cataluña, traído a colación en el libro recién publicado por el periodista y ex director de ABC José Antonio Zarzalejos bajo el título de “Felipe VI, un rey en la adversidad”.


En el primero, la Corona demostró su eficacia como garante del orden constitucional y la legalidad democrática en la persona del gran ausente, pero protagonista inevitable y decisivo de la jornada que se evocaba: el entonces jefe del Estado, Juan Carlos I. En el segundo, el mensaje que su hijo y hoy rey Felipe VI dirigió a “todos los españoles” resultó clave para dejar sentada con la rotundidad debida la vulneración de la ley y la deslealtad hacia los poderes del Estado.


Felipe VI había participado semanas antes en la manifestación de condena por los atentados yahadistas en Barcelona y Cambrils. Allí comprobó in situ el vacío de poder ante un soberanismo que buscaba la colisión frontal contra le legalidad constitucional y estatutaria y adquirió la convicción de que antes o después su intervención pública se haría necesaria.


Rajoy había dejado ver sus reticencias, pero así resultó. Aquella noche del 3-O de 2017 el rey Felipe se ganó también la Corona en el episodio más crítico de nuestra democracia, sólo comparable al 23-F. Fue un discurso clave, sin concesiones buenistas, voluntarismos ni llamadas al diálogo, como las que desde la oposición pretendió Pedro Sánchez cuando fue consultado sobre las líneas básicas del texto.


No fue una intervención para Cataluña, sino para España entera y para los catalanes que se sentían abandonados. Que aquello le iba a procurar, como así ha sido, enormes problemas, incomprensiones y desdenes, lo daba por descontado. Tres años y medio después, el independentismo todavía no se lo ha perdonado.


Del libro de Zarzalejos llama también la atención la rotundidad con que establece que la expatriación o destierro del rey emérito en los Emiratos Árabes Unidos fue una decisión de su hijo el rey Felipe, de la que sólo estuvieron al tanto el presidente Pedro Sánchez y los ministros imprescindibles. Convencer al padre del rey de la necesidad de marcharse –por el bien de la Corona y para facilitar a su hijo el ejercicio de la jefatura del Estado- requirió tiempo y esfuerzo porque era imprescindible que el emérito asumiese como decisión propia “lo que no lo era en absoluto”.


En opinión del autor del libro, la expatriación podría ser definitiva. Y aunque su actual residencia no se da por permanente, perdurará hasta que concluyan y cómo las indagaciones del ministerio fiscal. 

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