Si es que nos puede el ansia. Y el hartazgo. Y las ganas de llevar la contraria. Que ya está bien de no poder hacer lo que nos apetezca. Y lo que nos apetece es que no nos digan lo que sí y lo que no. Básicamente, no queremos volver a la infancia. Muchos dejaron esa época atrás hace unas cuantas décadas, igual por eso les cuesta tanto lo de la obediencia. Y si quieren pasarse la tarde en una terraza lo hacen. Aunque nunca les haya gustado. Lo hacen porque pueden y punto. Y si quieren quitarse la mascarilla se la quitan. Que les dé el sol en la cara, que para eso han salido a la calle. Y si quieren acercar las sillas que tengan alrededor y estar siete alrededor de la mesa lo están. Se acabó eso de ‘solo puedes verte con este y a aquel salúdalo de lejos’. Que son ciudadanos de bien, pagan sus impuestos y tienen derechos. Como el derecho a la asistencia sanitaria cuando repunten los casos por la excesiva relajación. Y, por supuesto, el derecho al pataleo cuando haya que volver a cerrar la hostelería.