Decía Picasso que “Después de Altamira, todo es decadencia” porque el arte ya no era una representación pura. Pues igual en el Paleolítico Superior tampoco lo era tanto. Una investigación de la Universidad de Tel Aviv sugiere que las antorchas con las que los artistas prehistóricos iluminaban las cavernas consumían buen parte del oxígeno y les generaban hipoxia, que podía alterar su percepción e incluso provocarles alucinaciones. Es más, creen que los pintores buscaban las cuevas donde se podría producir este fenómeno. Si es que nos va la marcha desde siempre.