Apenas los cien primeros días de Joe Biden en la Casa Blanca han bastado para comprobar el giro que ha dado el país. El desde hace tres meses nuevo presidente ha querido dejar claro desde el comienzo la diferencia abismal que mantiene con su antecesor, Donald Trump: en lo económico, en la política exterior y la vuelta al multilateralismo, en asuntos sociales y en las políticas migratorias, aunque en este terreno último haya tenido que recular y ande recomponiendo sus pretensiones más ambiciosas.
Inyecciones billonarias de dinero en ambiciosos planes de actuación han sido sus últimas propuestas: 2,3 billones de dólares para infraestructuras y la consiguiente creación de “millones de puestos de trabajo bien pagados para los americanos”, y 1,8 billones para apoyo a familias y educación. Traducido a euros, un total de 3,3 billones.
Por otra parte, cuando en diciembre del año pasado manifestó que en sus cien primeros días vacunaría a cien millones de ciudadanos, se entendió como un recurso electoralista. Sin embargo, ya están inmunizados más de 200 millones. Como algunos pretenden: ¿un “new deal” o “nuevo contrato social” al estilo de las políticas transformadoras y reformadoras de Roosevelt para luchar contra los efectos de la Gran Depresión, en los años treinta del siglo pasado? Un poco excesivo parece.
A pesar de todo, sorprende su moderado índice de popularidad luego de estos cien primeros días. El aprobado se sitúa en la actualidad entre el 52/53 por ciento, lo que comparado con la valoración de los anteriores presidentes en idéntico plazo, resulta que Biden aparece, un par de excepciones aparte, con un porcentaje menor que cualquier otro.
¿Por qué así?, se lo preguntaba hace unos días el jurista y académico profesor Rafael Navarro-Vals, buen conocedor de aquellas latitudes. A su juicio, porque con un 45/50 por ciento de impacto sobre la opinión pública la sombra de Donald Trump sigue siendo alargada. En segundo término, por el cuestionamiento que buena parte de la población (hasta un 59 por ciento según encuestas) está haciendo de la política en materia de inmigración. En tercer término, por la decepción del voto católico ante las reformas practicadas en materia de aborto, mucho más permisivas de lo que en principio se esperaba.
Tampoco habrá que pasar por alto las viejas y clásicas discrepancias en política económica y los temores a que por mucho manguerazo de dólares que supongan, las intervenciones de Washington se traduzcan al final en más impuestos, más gasto y más poder central.
Con Donald Trump en Florida, la discusión y el ruido políticos han bajado de decibelios. Pero las diferencias permanecen y la pretendida reconciliación nacional necesitará tiempo. No se trata de un proceso de corto plazo. Hoy por hoy, el país continúa manifiestamente dividido. Biden ha hurgado demasiado y a las primeras de cambio en las actuaciones de su antecesor.