“Las víctimas son un pilar de nuestro sistema democrático” y su memoria “es un elemento esencial para evitar cualquier legitimación o justificación del terrorismo y para que no se vuelva a repetir el injusto dolor causado”. Lo dijo el Rey en la inauguración del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, un centro que busca deslegitimar todo tipo de terrorismo y uno de cuyos lugares estrella es la recreación del zulo donde ETA tuvo secuestrado durante 532 días a Ortega Lara. Lo liberó la Guardia Civil porque ETA lo hubiera matado o lo hubiera dejado morir allí. En ese museo del terror hay testimonios y objetos personales de las víctimas, bombas, cartas de extorsión, objetos de la lucha antiterrorista... pero no están las heridas incurables que quedaron en las familias de las víctimas, la orfandad y el dolor que siguen vivos y que niegan la paz a las familias de los asesinados, casi siempre por la espalda, ni a los que sufrieron los secuestros, las extorsiones, las amenazas o fueron obligados a huir de su tierra para salvar la vida... Nunca la paz que se ha recuperado en el País Vasco y en el resto de España con la desaparición de ETA compensa las vidas que se llevaron sus pistolas ni la impotencia de la injusticia por la que todavía no han pedido perdón.
Euskadi ta Askatasuna (Euskadi y “Libertad”, eso sí que es una agresión a la verdad) ha sido la banda terrorista más letal y duradera: 3.500 atentados, 853 asesinatos, 2.632 heridos y 86 secuestrados, además de miles de personas y de empresarios amenazados y extorsionados durante más de cincuenta años. ETA nació en el franquismo y fue derrotada por la ley por las fuerzas de seguridad y por la cooperación internacional cuando ya llevábamos 36 años de democracia. Esta banda criminal sólo fue posible por el apoyo de una parte importante del clero y de la sociedad del País Vasco, la complicidad del PNV y la benevolencia de una izquierda que pensaba que eran cosas de “chicos idealistas antifranquistas” y que solo se despertó cuando empezaron a caer bajos sus balas militantes y cargos socialistas. La red de intereses que sostuvo a ETA abarcó amplios estratos civiles y funciona todavía.
Diez años después de su derrota, los herederos de ETA están en los Parlamentos nacional y autonómico, dirigen y ocupan cargos en muchos ayuntamientos y diputaciones y han sido, son, imprescindibles para la llegada al poder de Pedro Sánchez y para su mantenimiento. Hoy, los asesinos que terminan su condena regresan a sus pueblos, son homenajeados públicamente como héroes y se cruzan con las familias de sus víctimas, si es que éstas no han tenido que huir por la presión contra ellas. Hoy, la casi totalidad de los asesinos presos han sido trasladados a cárceles del País Vasco o muy cercanas, las competencias en instituciones penitenciarias han sido transferidas al Gobierno del PNV y ya hay presiones para que gocen de beneficios y libertad. Los disfrutarán en breve.
Hoy, Sánchez está pagando las deudas a quienes le sostienen en el poder y Marlaska, el juez que se enfrentó valientemente a ETA, ejecuta, obediente, los compromisos del presidente. La desmemoria voluntaria de unos pocos se ha impuesto a la memoria democrática de los terribles crímenes de ETA que este Gobierno está ayudando a blanquear. Hay que contar los hechos una y otra vez para que no olvidemos la historia y para impedir que la memoria de unos pocos se imponga como la memoria de todos. El dolor reclama verdad. El dolor reclama justicia. El silencio engendra amnesia y amnistía. Los verdugos que causaron un daño irreparable deberían oír el llanto de las familias de sus víctimas hasta el día en que se mueran.