Aunque soy de las convencidas de que el presidente del Gobierno tratará por todos los medios de agotar la legislatura, a veces da la impresión de que ya está en modo campaña. Ha sido volver a La Moncloa y lo suyo está siendo un no parar. Toda su actividad, como es lógico, está más que pensada y calculada. Tanto que resta en exceso ese punto de naturalidad que dota a los actos de autenticidad. Baste un ejemplo: acude a Guadalajara y saluda con efusión a Araceli, la primera vacunada de España, pero no se le ocurrió, como hizo Margarita Robles, visitar el Ifema cuando la pandemia asolaba España.
En Moncloa, siempre, antes y ahora, se han tenido muy presentes los calendarios y la cita electoral más inmediata son las elecciones autonómicas y municipales y todo invita a pensar que es estas elecciones en las que ya se ha. O enfado a trabajar. Primero fue la auténtica escabechina que dio pie a la crisis de gobierno más amplia nunca vista; ahora, quita del foco que otorga ser portavoz en el Congreso a Adriana Lastra, porque no estaría mal olvidar su foto con Bildu, intentado hacer creer que esa imagen pudo haberse producido sin el conocimiento del presidente. La primera fase ha sido la de procurar el olvido: crisis con Marruecos, operación Barajas, indultos, etc... de modo que todos aquellos que cumplieron con lealtad las órdenes superiores ya no están. Se trata de intentar un nuevo capítulo, un pasar página, de manera que de aquí a unos meses, el candidato socialista sea otro que el de la última campaña electoral, esa en la que Podemos le quitaba el sueño y luego en 48 horas, y sin previo aviso, formó con quien tanto le asustaba nada menos que un Gobierno de coalición.
Esta actividad, hasta ahora desconocida, del Presidente no evita ni amortigua la realidad española y sus problemas. Sin duda, la espectacular subida de la luz es una realidad que desgasta alEjecutivo y hace daño a los a ciudadanos. Ahí está pendiente la cita de septiembre para el llamado reencuentro con Cataluña, que el Ejecutivo no parece muy interesado en acelerar. Son solo algunas de las cuestiones que el Gobierno tendrá que afrontar y del resultado de su gestión en estos y otros asuntos, también candentes, va a depender el éxito de las elecciones, primero autonómicas y luego las generales.
Mientras, en el PP, se sienten satisfechos con las buenas noticias que les deparan las encuestas pero no deben engañarse. Pablo Casado no lo tiene fácil. Su adversario es un alquimista de la política, de ahí que en Génova resulte imprescindible una especial inteligencia para marcar tiempos y discursos. La convención popular, prevista para la última semana de este mismo mes será, sin duda, el arranque de la campaña que, todo indica, Pedro Sanchez ya ha iniciado. Si de esta convención no sale un partido excepcionalmente unido, una estrategia nítida, unas propuestas entendibles e ilusionantes, moderadas pero audaces y un liderazgo reforzado de Pablo Casado, el Partido Popular perdería una oportunidad de oro para un sprint preelectoral que va durar meses en los que ni puede ni debe cometer un solo error. Todo un reto pero no un imposible.