Los 120 mandatarios del mundo que se reunieron en Glasgow conocen las causas de la emergencia climática y las medidas necesarias para evitar la catástrofe, aunque esta Cumbre del Clima a la que no asistieron los presidentes de China y Rusia, países que ocupan el primero y cuarto puesto en emisiones de CO2, se quedará en acuerdos llenos de palabrería.
Pero, más allá de estos grandes encuentros, que deberían ser determinantes marcando las políticas a seguir, la lucha contra el cambio climático no será eficiente sin el compromiso y la colaboración individual de cada ciudadano que “debemos dejar de cavar nuestra tumba” en el planeta azul. Uno de esos compromisos que deberían ser asumidos por todos es la práctica de lo que ahora llaman la “economía circular”: el aprovechamiento de los residuos prolongando su vida útil como nuevas materias primas para establecer un modo de vida más sostenible.
Dicho en lenguaje coloquial, cuando reciclamos los residuos adquieren vida y se convierten en recursos que generan nuevas materias primas para obtener otros bienes. Es lo que persigue esa economía, el cambio en nuestros hábitos de consumo para aprovechar y mantener el valor de los productos el mayor tiempo posible y reducir al mínimo la generación de desperdicios.
Los que somos de la generación de Balbino, el rapaz de Neira Vilas que protagoniza Memorias dun neno labrego ya practicamos en nuestra infancia este modelo de economía que aprovechaba lo poco que había cuando todos éramos pobres.
Lo contó el amigo y compañero de página Luis Celeiro la semana pasada en su comentario “O reparado non é novo” que los jóvenes de ahora deberían leer con atención. Celeiro empieza elogiando el trabajo nunca bien valorado de nuestras madres que “zurcían, cosían y remendaban...”, lo reutilizaban todo.
Después cuenta como llegaban a la aldea “os canteiros, os carpinteiros, os ferreiros, os electricistas… e todo se arranxaba, reparábase e usábase outra vez, ou outras veces, por imperativo da necesidade. Non se tiraba nada, reciclábase e aproveitábase” dando nueva vida a todo lo que había en las casas “naquela época de escaseza”. Era la “economía circular” de libro frente al consumo compulsivo de ahora que “vai directamente ao novo, perfectamente empaquetado, con etiqueta e logotipo”. Ahora, señala Celeiro, “arranxar e recomponer non é práctico, resulta costoso” y no está de moda.
En fin, que la Cumbre de Glasgow dejará grandes intenciones, pero pocas medidas efectivas para combatir el cambio climático. Ni siquiera transmitirá una pedagogía que llame a reutilizar residuos como actitud más responsable y respetuosa con el planeta tierra, que es nuestro lugar de residencia.