Pues sí, coincido plenamente con lo dicho por la ministra de Defensa, Margarita Robles, al diario La Razón: “La Constitución no necesita ninguna reforma”.
Y es que la inmensa mayoría de los ciudadanos nos sentimos cómodos con nuestra Carta Magna que nos ha permitido vivir en libertad durante cuarenta y tres años. Así que ¡Dejen en paz la Constitución! Decir esto es lo que se me ocurre después de que durante los últimos días los españolitos de a pie hayamos asistido a un sinfín de declaraciones sobre la necesidad de reformar la Constitución.
En realidad, los problemas que tenemos en nuestro país no derivan de la Constitución. La subida de la luz, la falta de expectativas laborales para nuestros hijos, la falta de personal en nuestro sistema sanitario, el paro, etc,etc,etc, son problemas cotidianos a los que deben de dar respuesta nuestros representantes públicos que, las más de las veces, se enzarzan en discusiones bizantinas que traen al pairo a la sociedad. Hay quienes están más preocupados en combatir el pasado que en arreglar los problemas del presente, son los mismos que vienen dedicándose a la ingeniería social en vez de arreglar los problemas reales de los ciudadanos. Por no hablar de los partidos independentistas que tienen como objetivo no el bien común sino en construir supuestas Arcadias.
Sí, claro que tenemos problemas, pero no sobre los que quieren colocar en la agenda pública algunos partidos políticos. Por eso no puedo dejar de pensar en algunas diferencias, más que notables, entre los políticos del 78 y algunos de los de 2021.
Yo diría que la diferencia fundamental es que aquellos que gestionaron la Transición dando lugar a la Constitución tenían, por encima de cualquier diferencia, un objetivo común: una España con un sistema democrático que diera cabida a todos. Por tanto, suturaron las heridas aún sin cerrar de la guerra civil e hicieron de la reconciliación su principal objetivo. En realidad, es lo que les demandaba la sociedad. Y no es que los debates parlamentarios fueran de guante blanco, ni que renunciaron a sus principios, simplemente había, como digo, un objetivo común.
Ni Adolfo Suárez, ni Santiago Carrillo, ni Felipe González, ni por supuesto el Rey don Juan Carlos, tuvieron la tentación de construir un país para los “suyos”, para sus afines y así día tras día en el Parlamento asistimos a un ejercicio continuo por parte de aquellos líderes de tender la mano a los contrarios.
Hoy sucede todo lo contrario y hay quienes se empeñan en abrir nuestro país en canal y sobre todo regresar a la casilla de salida, como si estos cuarenta y tres años no hubieran existido. Y así el sectarismo campa a sus anchas y de nuevo se han cavado trincheras, de las que pocos son capaces de salir para hablar con quienes no piensan como ellos.
No estoy entre quienes piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, entre otras cosas porque me interesa el futuro puesto que el pasado es inamovible, pero sin nostalgias ni sentimentalismos si afirmo que hace cuarenta y tres años casi todos se esforzaban por domeñar el rencor y no odiar y sobre todo en dar respuesta a los problemas que les demandaba la sociedad.
Ahora simplemente la mayoría de los políticos no escuchan, tienen su hoja de ruta y si la realidad, es decir lo que de verdad demanda la sociedad, no coincide con esa hoja de ruta, pues peor para la sociedad. Y en eso estamos y es lo que se ha hecho patente cuarenta y tres años después de aprobarse la Constitución.