Alberto Couselo Calviño (Santiago, 1979) ha recorrido en todas las direcciones y sentidos posibles cada una de las 19 líneas de transporte público de la ciudad. En los 13 años al volante de Tranvías se ha forjado un libro de recuerdos de todo tipo, pero sobre todo de historias humanas. Presidente del comité de empresa, es un firme defensor no solamente del oficio, sino también de la profesionalidad de sus compañeros.
¿Era usted un niño que soñaba con conducir un autobús?
En mi caso no fue algo vocacional, yo era teleoperador.
¿Cuál es el estado de ánimo del gremio tras el accidente del pasado viernes?
Todos somos conscientes de que te puede pasar a ti en cualquier momento. Por suerte somos un montón de grandes conductores: con 100 buses al día, durante 16 horas en la calle, apenas hay incidentes graves.
¿Echa de menos una mentalidad más europea?
La conciencia cívica aquí es muy escasa. Somos una ciudad mal acostumbrada y hay lugares en los que la doble fila está instaurada. Le preguntas a alguien por qué deja así el coche y siempre te dice que son dos minutos para recoger a su hijo en el cole, por ejemplo. En ninguna ciudad de Europa pasa eso de parar así para ir al estanco, al bar o al colegio.
¿Es habitual ceder el asiento?
Suele cederse, aunque en algún caso tuve obligar yo a que se hiciera.
¿Tiene paciencia antes de llamar a la grúa?
No llamo, ni tampoco pito. Tengo que estar ocho horas en el bus y si agoto la paciencia en la tercera...
¿Cuál es su línea favorita?
La 24. Es la más tranquila en todos los sentidos. La mayoría es gente que está a punto de jubilarse, y no hay prisa para nada.
Acostumbra a relatar sus experiencias en las redes, como la del día que le robaron...
Fue en la línea 11. Tengo muchos textos, pero el día que me robaron lo que más sentí fue rabia. Fueron 20 euros y la empresa me lo reembolsó, pero eso no quita la sensación de impotencia por una persona a la que intentas ayudar.
¿Cuál es el peor momento que recuerda?
Tuvimos un compañero al que agredieron y que estuvo a punto de perder la visión de un ojo. Nos hizo sentir a todos muy inseguros, y fue un palo bastante gordo, igual que el tema de nuestra compañera la semana pasada. Cuando pasa algo en lo que tú te ves reflejado te das cuenta que es cuestión de azar o de suerte.
¿Qué anécdota le hizo sentir que el día había merecido la pena?
Hay mucha gente muy agradecida. Recuerdo trabajar el día de Navidad y el deseo de mucha gente para esas fechas es el cariño de alguien que te reconoce. No eres un familiar, pero sí una parte del día a día de ellos: los llevas y recoges del trabajo, si algún día llegan tarde los esperas...
¿Qué opina del cartel de “no hablar con el conductor”?
Lo llevo bastante mal. No puedes dejar la atención a la carretera, pero sí hacer que el pasajero se sienta bien y le apetezca volver a montarse en el bus.
A Coruña tiende a ser cada vez más peatonal...
Para poder hacer cambios, hay que darle opciones a la ciudadanía. No puedes eliminar plazas de aparcamiento y no dar una solución. En esta ciudad no se consigue, porque el Ayuntamiento cambia cada cuatro años y hay cosas como la movilidad que deberían ser pactadas.
Hay muchos barrios que piden más líneas y frecuencias...
Lo que se necesita es una reestructuración de líneas. Con el número de buses que hay, si los organizas bien, puedes conseguir un servicio mejor. Ni el Gobierno local ni las asociaciones vecinales tienen paciencia.