A veces ocurre que la penúltima es la última de verdad. Fue el caso del botellón. Hace ya cinco años que el Gobierno local decidió eliminar el botellón en los jardines de Méndez Núñez. En su momento, fue una medida polémica: algunos señalaban que no sería posible acabar con el fenómeno y que lo máximo que podría ocurrir sería desplazarlo a otro lugar. Era mejor, por tanto, que estuviera en los jardines de Méndez Núñez, donde por lo menos no molestaba tanto ni impedía dormir a los vecinos. Pero la alcaldesa, Inés Rey, se empeñó: consideraba que la fiesta alcohólica por excelencia que se celebraba todos los fines de semana dañaba unos jardines históricos. Eso acabó gracias a una fuerte presencia policial. “Aún hoy seguimos vigilando por si aparecen botellones”, comentan desde las fuentes del 092.
Ya desde octubre, había comenzado a hacer acto de presencia la Policía Local en los botellones, multando a todos aquellos a los que descubrían orinando entre los arbustos y aquello arruinó la fiesta a los jóvenes. Poco a poco, comenzaron a ir menos. La fiesta de Halloween fue una prueba de fuego: era uno de los botellones más multitudinarios del año. Se reforzó el servicio ante la previsible avalancha de jóvenes provistos de botellas. Pero nada ocurrió. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que era posible.
Cuando en enero se declaró la prohibición oficial del botellón, ya se había convertido en un fenómeno marginal. Fuentes municipales reconocen que “fue más fácil de lo que en principio se suponía, pero llevó su trabajo”. Las multas de 200 euros y la vigilancia policial, en la que por primera vez los agentes paseaban entre jóvenes ebrios (o en proceso de estarlo) fueron las medidas más efectivas de lo esperado.
Rey había estado durante semanas criticando los daños que provocaba el botellón en los árboles donde los jóvenes se orinaban, y el gasto extraordinario que suponía un dispositivo especial de limpieza para retirar toda la basura acumulada los sábados a primera hora: botellas, bolsas y vasos de plástico que estaban esparcidos por el suelo y que retiraban los basureros, sin contar los daños periódicos en el reloj floral, porque los juerguistas se habían aficionado a probar su fuerza doblando las agujas. Pasaba más tiempo roto que funcionando.
Hubo quien sugirió un ‘botellódromo’. Es decir, un lugar especialmente habilitado donde los jóvenes pudieran reunirse a socializar en una zona periférica donde no pudieran molestar a los vecinos. Pero la alcaldesa no estaba por la labor: señaló que no era función del Gobierno local proporcionar a los jóvenes un lugar donde intoxicarse y señaló que al botellón acudían a veces menores, algunos de catorce o doce años, para beber alcohol sin control. Ese argumento fue utilizado en varias ocasiones como el de más peso para acabar con un fenómeno que había durado años en la ciudad, y que había hecho correr ríos de tinta y alcohol cuando se celebraba en la plaza del Humor o la de Azcárraga.
Los policías no las tenían todas consigo, porque tratar con un montón de jóvenes ebrios, molestos con los agentes porque interrumpían su diversión, era peligroso. Todo el mundo recordaba el incidente del 6 de julio de 2008, cuando un agente del 092 se vio rodeado de jóvenes a los que les molestaba que estuviera realizando mediciones de ruido. Al final, disparó al suelo para intimidarles y una esquirla alcanzó a una chica en el mentón. Pero esta vez se aseguraron de no cometer ese error evitando que los chavales llegaran a instalarse.
“Fue hacerle ver a los jóvenes un cambio de hábitos, que se había acabado lo de beber en la calle”, explican fuentes policiales. Significó muchos fines de semana, mucha presencia policial, y a pesar de todo, fue más fácil de lo que en principio se suponía. “Pero llevó su trabajo”, insisten. Durante las semanas siguientes, los patrulleros perseguían a los jóvenes hacia cualquier lugar que se concentraran, tanto en el parque de Santa Margarita como la plaza de Juan Naya.
Una de las consecuencias que se temían de que acabara el botellón era que la fiesta se desplazara a domicilios privados, lo cual dispararía las quejas de los vecinos y haría mucho más difícil intervenir a los agentes, pero tampoco ocurrió. “No hay quejas”, confirman las fuentes consultadas.
Por su parte, el sociólogo de la UDC Eleder Piñeiro recuerda que los jóvenes siguen bebiendo. “Es cierto que lo prohibieron, pero la gente sigue quedando para hacer botellón”. En su opinión, no se trata de condenar sin paliativos la ingestión de alcohol por parte de los jóvenes. “Yo separaría el tema rural de lo urbano, porque hay que entender algo tan brutal culturalmente como las verbenas gallegas. La primera salida de los jóvenes se hace a menudo en estos eventos, que discurren entre mayo y octubre, cuando hay más verbenas que pueblos en Galicia”, recuerda.
A veces, la iniciación al alcohol se da incluso dentro de las familias, “ese ritual del primer trago y del primer brindis”. “Abriendo un poco los ojos, los jueves y viernes y sábados veo a gente saliendo con botellas saliendo del super”, afirma Piñeiro. Es decir, que los jóvenes siguen consumiendo bebidas alcohólicas, aunque el sociólogo advierte que el consumo parece haber cambiado desde la pandemia.
“Todavía no se han hecho estudios pero parece que sí han cambiado algunos hábitos de consumo y se han diversificado, como las adicciones a las nuevas tecnologías”.
Piñeiro no está seguro de que eliminar la ingesta de alcohol en espacios públicos haya sido enteramente beneficioso. “Como pasa con otros tantos problemas, si no se ve, a nadie le importa, como ocurre con la violencia doméstica”. Por otro lado, admite que al dejar de ser público, no hay tanta tendencia a la emulación. “Habrá que ver los datos”; apunta.
“Esto evoluciona –reconocen fuentes policiales–; hubo una época en la que Santa Cristina estuvo muy de moda, luego no iba nadie y ahora vuelve a estar llena”. En verano hubo un nuevo brote en los jardines de Méndez Núñez, más bien cerca del NH Atlántico, un día de fiesta, pero las autoridades aseguran que “en seguida vieron que eso no se podía hacer y se fueron. Si saben que se les prohíbe y que se les va a estar encima, buscan otras alternativas que no sea la vía pública”.